(Obviamente, este artículo no fue publicado en El Mundo de León).
Ayer, jueves 22 de marzo de 2012 vio la luz por última vez la edición de León de El Mundo, que cerró sus páginas sin previo aviso, a traición, sin poder siquiera despedirse de sus lectores. Sin que se atendiera al menos a una cierta estética que hiciera coincidir su cierre con la fecha de apertura, aquel primero de abril de 2008 en que floreció con tanto entusiasmo como solvencia. Algo que tan fácil hubiera sido. Pero no, porque haber tenido ese detalle también implicaría haberse comportado dignamente con quienes han hecho de ese modesto pero aguerrido periódico, de esas "páginas centrales" que muchos veíamos como el corazón sin marcapasos de una forma de hacer periodismo hoy casi extraña, un referente de trabajo bien hecho y honestidad. No, ahora el estilo de la "reforma laboral" es simple y llanamente una despedida a la francesa y el si te he visto no me acuerdo. Quedan en la calle muchos amigos y compañeros, profesionales probados, unos jóvenes, otros curtidos, todos ellos dignos representantes de una profesión hoy día estigmatizada por la sumisión al poder y las deudas constantes, de todo tipo, sin primas de riesgo. Ellos no pagaron esas hipotecas, o al menos no pareció que les interesara hacerlo, y quizás eso ha influido en que les desahucien ahora, víctima propiciatoria de malas gestiones de los que nunca son despedidos, porque son los que despiden. Y se ensañan en este desalojo clandestino con prácticas que nadie calificaría de buenas y que no cabe comentar más, pues el arqueo de sus servicios aún se regatea como si reconocerlo fuera un privilegio, como si lo que hasta hace poco era un derecho incontestable las reformas laborales y estos tiempos hubieran convertido en una antigualla de cuando éramos más decentes. Hoy, primer día sin ellos, sin su trabajo en las manos, sólo quiero despedirme de una cabecera para la que trabajé desde el primer día fuera de lugar, pues no lo hice en ella, sino con ellos. Con su directora, buena amiga de tiempo atrás, y con los compañeros y amigos que después hice allí y a los que ahora envío mi más cálido y afectuoso abrazo. Con ellos sí me encontré en mi sitio, en un sitio muy acogedor y honorable. Gracias.
Luis Grau Lobo.