Mayo 2010 Archives

Las sombras de la sospecha

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(Publicado en El Mundo de León, el 23 de mayo de 2010)

 

Ya sé que parece un título de novela negra, pero lo mismo es que va de eso. Verán, tengo un amigo que opina que la bolsa, el mercado de valores, es algo que inventaron los que tienen (mucho) dinero para quedarse con el que les va sobrando a los que no tienen (tanto) dinero. Algo así como un regulador del número de ricos. A la clase media -hacia tiempo que no se oía tanto esta expresión-, cuando le sobra liquidez (otra metáfora) piensa en canalizarla hacia un beneficio facilón y es entonces cuando, como en un casino, invierte en bolsa porque la bolsa está subiendo. Fase alcista, dicen. Después de un tiempo de subidones, en que la gente se calienta y rasca la alcancía para "comprar papel", la bolsa se desploma y el dinero cambia al fin de bolsillo, para recalar en el de los de siempre. Los que siguen en la bolsa pase lo que pase. Así está montado el asunto. Y no es sino un juego en el que la banca, como siempre, gana.

Pero de un tiempo a esta parte da la impresión de que la bolsa se ha quedado pequeña para un mundo globalizado en que las empresas se codean con los Estados en términos de paridad, mirándoles por encima del hombro en la mayoría de los casos. Y a las empresas no les gusta nada que los Estados, también empresas al fin y al cabo según ellas, gracias a las acciones de todos continúen ofreciendo seguridad social, servicios al ciudadano, amparo y, en resumen, diversos "estados de bienestar". Porque les deja en mal lugar y, sobre todo, porque les escatima negocios cada vez más rentables: la salud, la vejez, la enseñanza... Por eso, la siguiente jugada parece destinada a acabar con esa "competencia desleal". De ahí que mi amigo (que ya les adelanto, no es Dashiell Hammett) crea que primero representaron hundir la economía privada para que lo público se rascara el bolsillo, pagando los de siempre los platos que no habíamos roto. Todo ello con ayudas económicas que, a la vuelta de un año y pico, han hecho ganar más a las empresas financieras de lo que ganaban antes y sin que nadie haya hablado aún de devolver lo prestado con los intereses pertinentes. ¿O no era prestado?.. cosas del libre mercado. Ese fue el primer golpe: un timo. Pero hay más. Ahora resulta que, no contentos con habernos embaucado, las mismas empresas que califican la solvencia empresarial y de mercado (y que tan "clarividentes" habían sido antes) se dedican a especular con los países, con los Estados, a ver cuál de todos cae el primero y cuanta "tela" hay que soltar para evitar el colapso.

De hecho, entre los llamados PIGS (Portugal, Italia, Grecia y España -Spain, puro humor británico...) sólo están en la picota de momento aquellos que cuentan con gobiernos socialistas, empeñados según su programa electoral en mantener las conquistas de ese Estado de Bienestar a toda costa. Lo que ahora parece casi quimérico a la vista del secuestro, por ejemplo, de nuestro gobierno desde instancias europeas y mercantiles. Mi amigo (que tampoco es Michael Moore), cree que esta "dieta mediterránea" es, como en las pelis de gángsteres, una oferta que no podemos rechazar, sino queremos amanecer con una cabeza de caballo entre las sábanas que, además, parecerá un accidente...

Es más, por seguir con otras cosas de mi amigo (que a estas alturas ya sospecharán que tampoco es Oliver Stone), él también piensa que lo de Garzón es otra conspiración, en este caso tipo western. Se trata de que el hijo del gasolinero, convertido en "solo ante el peligro" y en la más respetada personalidad de nuestra judicatura por su empeño en no dejar impunes a asesinos sanguinarios, sea apartado de una carrera monopolizada por niños bien a los que no les gusta que se investigue esas cositas, por si acaso. Mi amigo delira un poco, ya sé, pero, ¿no me negarán que suena verosímil? Esa es la cuestión, que cada vez la realidad se parece más a una formidable conjura. Que cada vez la película de lo real ofrece más torvos protagonistas y presagia más negros desenlaces.

 

Luis Grau Lobo

Los días del librero

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(Publicado en El Mundo de León el 9 de mayo de 2010)

 

Como sucede en "La tempestad", la primera vez entramos como quien arriba a una playa desconocida, sin saber si será remota y virgen o estará invadida de bloques, turismos y discotecas; si será Ushuaia o Benidorm.

Pero pronto nos percatamos de que aquel es un lugar acogedor, bien hecho, a la medida de lo que buscamos. Nos encontramos a gusto. No hay mucho espacio de maniobra, pero los libros se agrupan en la inevitable mesa de novedades con un orden razonable, modesto y sin las ínfulas de lo nuevo demasiado venteadas. También hay algunas torres de bandera editorial, pero no muchas, y las estanterías del frente deparan algunas rarezas (casi todo aquello que no es un best seller acaba por parecerlo) y, sobre, todo, una sensación de criterio pese a las forzosas concesiones a la supervivencia mercantil. Al fondo, como un sancta sanctorum prosaico, se alza un recoveco en el que se imponen órdenes superiores. Primero el de los géneros clásicos, narrativa, teatro, poesía; el de las lenguas (que no el de los países)... Y después, el supremo orden: el alfabético, en el que cada autor es tratado inmisericordemente, y donde uno topa con fértiles asociaciones: dos Pérez, Galdós y Reverte, a veces incluso coinciden, lomo contra lomo, con sus "trafalgares"; o contrastes delirantes y borgianos, como el de Beckett y Bécquer, los Roth o Dos Passos y Dostoievski, entre muchos azares jubilosos.

A veces miramos a nuestros vecinos de estante huraños o afables, según hayamos encontrado algo que ellos seguramente no buscan pero que, en secreto, desearíamos haberles arrebatado. Otras veces, dejamos sobre la estantería un par de libros (algunos dejan una pila, como para levantar envidias) pero los vigilamos con el rabillo del ojo para poder decir "perdona pero son míos", aunque en derecho aún no lo sean, pero aquí no rigen las normas de las tiendas de saldos y, en un momento, puede incluso despertarse una conversación bajo la sensación de triunfo que da el haber llegado antes a un ejemplar único.

En ocasiones llegamos a tiro fijo, con la mirada centrada en el lugar en que esperamos esté lo que vamos buscando, porque sabemos qué queremos. Pero son más gratas las veces que entramos como quien ojea, a la espera de que surja la pieza del cobijo más inesperado. Y nos vamos con frecuencia sin lograr trofeo pero contentos de una jornada cinegética que sabemos se repetirá con otro final, pues tenemos el terreno rastreado.

Entramos de vez en cuando como quien va al médico, a uno de esos médicos antiguos, y entabla conversación con él acerca de los males en general. Consultamos al librero al entrar o tras cobrar un ejemplar de dudosa prestancia, o compartimos con él acerados comentarios sobre libros y autores, coloquios que derivan a cualquier puerto. Otras veces simplemente una mirada nos advierte de que alguno de los dos, o ambos, no estamos para charlas y este rato entre libros ha de ser el antídoto solitario de un mal día, preludio de un placer que hoy no nos apetece compartir. Hay quien, en el colmo de la petulancia, les llama "mi librero" con la fruición decimonónica que se utilizaba para decir mi sastre, mi sombrerero, mi peluquero... quizás por ser alguien que, de alguna manera, participa en la configuración de lo que somos, que creemos parte de nosotros pues administra la ambrosía de nuestro vicio más confesable.

Los libreros son seres a menudo disgustados con la deriva mercantil de su propio género, y se tornan secretamente felices cuando cae en sus manos algún ejemplar que desmiente esa condición de manera tajante. Su gusto puede que no coincida con el nuestro, pero siempre está ahí para echarnos una mano. Y lo defienden entre los libros, pues no se refugian indolentes tras una caja registradora como hacen los vendedores de libros: ellos son libreros. Es por todo esto (y por mucho más) que, transcurrido un plazo prudencial respecto al Día del libro que a muchos tampoco les convence, y además aquí es festivo, me gustaría dedicarles este día, uno como cualquier otro. A los libreros. El "mío" se llama Leo. Gracias, amigo.

 

Luis Grau Lobo

Extra Reino de León.

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(Textos publicados en el especial "Extra Reino de León" de El Mundo de León con ocasión de la visita de los Reyes el 4 de mayo de 2010)

 

Reino de León: a la sombra del ciprés.

 

Con la llegada al trono de García I en 910 los historiadores han consensuado el inicio de la trayectoria histórica del llamado a ser el reino más notable de la cristiandad hispana durante la alta Edad Media, los siglos de plenitud del románico, del Camino de Santiago o de la expansión repobladora en ambas Mesetas, por citar hitos mayores. El de León es un dominio ya entonces extenso, y más que habría de serlo, pese a las escisiones de Castilla y Portugal, condados levantiscos que alcanzarían su independencia y amenazarían con estrangular el avance al mediodía de los leoneses, pues sus límites se inician en las costas del finis terrae atlántico y alcanzarán la extremadura leonesa, luego Extremadura por antonomasia.

Su vividura no fue, empero, plácida, marcada como estaba la monarquía por tumultuosas sucesiones y divisiones fratricidas y por la difícil tutela de tan vastos territorios con tan apuradas y atomizadas estructuras de poder. Así sucedió que la dinastía asturleonesa sucumbió a manos de un rey navarro, Fernando I, que acabaría por protagonizar el auge de lo leonés; que los panegiristas castellanos nunca perdonarían la felonía de Dolfos en los muros de Zamora; que el rey leonés fue excomulgado por ser el único en no acudir a las Navas de Tolosa; o que, a la postre, otra guerra concluyera anexionando León a su antigua hijuela castellana, por poner algunos ejemplos. Y como la historia acaba por escribirla quien la gana, finalmente León quedó como un viejo reino cuando en realidad quizás se quiere decir un reino viejo.

Pero, eso sí, León siempre fue la ciudad dilecta de este período: su soberbia aunque descalabrada muralla de traza romana y pedigrí legionario, su prosapia visigótica alentada por la mozarabía exiliada de Al-Andalus que veía en los monarcas astur-leoneses la continuación de la casa goda y, con ello, legitimidad para una re-conquista, su identificación espiritual y monumental con el imperium... todo ello hizo de la vieja legio la metrópoli estratégica e ideológica de los tiempos más duros de la lucha contra el islam hispano y aún contra los demás reinos, en busca de un equilibrio de poder que nunca existió.

La titulación de los reyes hispanos o la compostura del escudo español siempre reflejaron esa alcurnia de lo leonés, pero tal resonancia casi nunca significó, a partir sobre todo del siglo XII, una prerrogativa política o un papel destacado que jugar en un país para el que este territorio se ensimismaba poco a poco en el lugar donde cabe dar lustre a las raíces más copetudas, como las de aquel Quijano que fuera caballero andante. Poco más. De ahí, quién sabe, su celo reivindicativo actual, y de ahí, en la versión más aquilatada de lo leonés, su resignada socarronería de siempre, decantada por siglos de perspectiva sobre la historia, esa meretriz.

 

 

Hay Cortes en León con (casi) todos

 

1188 fue un año clave para el reino leonés; annus mirabilis et horribilis a un tiempo, según se mire. En enero, el rey Fernando ha fallecido en Benavente, pero aún no pueden darse vivas al nuevo rey en voz demasiado alta. Ha muerto el soberano que garantizó el predominio del imperium leonés, tras la desunción de los reinos en 1157. El rey cuyo afán repoblador y edificatorio ha despejado un lugar para el reino de León en la expansión hacia el sur, frente a sus briosos vecinos, castellano y portugués. Su hijo Alfonso (el IX), bisoño no sólo de edad, sino también de estatus, dentro y fuera del reino, debe resolver dudas sobre su legitimidad sucesoria y la humillación a que le somete el rey Alfonso VIII de Castilla en Carrión de los Condes. La posición de partida del leonés es aventurada y, tal vez por eso, una de sus primeras resoluciones es la convocatoria de cortes en León. En ellas, por vez primera, el estado llano tendrá voz, pues algunos burgueses representantes del ámbito económicamente más activo, las ciudades, fueron invitados a apuntalar un reino en apuros. ¿Les suena la coyuntura? Como en toda crisis que se precie, las cortes de León son, más que una conquista de derechos, una oportunidad para renegociar los términos una relación: si me necesitas, he aquí mi precio. Aunque, claro, sigue sin pintar nada la gran mayoría de las gentes que pueblan el reino. 1188 también es la fecha en la que Mateo firma el Pórtico de la Gloria de la catedral compostelana, la obra maestra de un arte, el románico, que da sus últimas y espléndidas bocanadas. Las cortes leonesas, y las benaventanas de 1202, serán algo similar respecto a un reino que también parece consumirse en un rutilante crepúsculo.


Crónica (a medias) de un centenario muy anunciado

 

En León -no podía ser de otro modo- hay insatisfacción por el centenariazo. No contenta a nadie, por escaso, por impropio, por precario, por abarullado. Los leonesistas porque Castilla (sea lo que sea eso) lo monopoliza, lo minimiza y lo desfigura. Los políticos porque oscilan entre el codazo cuando hay foto (pobres costados amoratados) y el echarse la culpa unos a otros por las pocas que de momento hay. Y la parroquia en general, porque lo único que sabe del evento, casi mediado ya, son los cartelitos que han pegado en todos los bares del Húmedo.

León tiene mala suerte. Lo cierto es que se viene hablando de la efeméride hace tanto tiempo que uno diría que la celebración ya tuvo lugar, aunque nadie se enteró, y que ya aburre, y es mejor pasar a otra cosa más productiva e interesante cuanto antes. Había quien tenía ilusión por el asunto. No en vano, territorios históricos de similar enjundia ya hicieron lo propio con previsión y éxito, como Cataluña o Navarra, y hasta Galicia nos "robó" al último rey leones, Alfonso IX, en una excelente exposición hace dos años. Pero he aquí que, aparte de mucho anunciarse y poco más, llegó la crisis, con ella los recortes y la imprevisión no pudo, como suele, disimularse talonario en ristre.

Puede decirse que a la conmemoración le han faltado varias cosas que, a trancas y barrancas y a la carrera, se intentan remediar, veremos si con tino. Le ha faltado programación con largo recorrido, quizás porque se empezó a trabajar a finales del año anterior después de haberlo aireado a todo trapo desde hace un lustro. Le ha faltado coherencia, pues el cajón de sastre de los actos convocados confunde churras y merinas, metiendo en el mismo saco actividades que nada tenían que ver o que no lo tienen. Y le falta trascendencia fuera de la región (e incluso fuera de León, ¿esta vez sí, solo?).

También sobran. Sobran políticos e instituciones representadas, o si no sobran y lo que pueden hacer es esto... en fin, vean el listado y asómbrense. Sobran encomio y cronicones (y hasta alguna astracanada), en exaltación de la Edad Media como una Arcadia de cercanías, y falta, en consecuencia, una visión crítica y veraz de la historia que avance en su conocimiento y su divulgación, no en una vulgarización de historieta ilustrada.

Y falta, al fin, un sentido. ¿Para qué todo esto? Habitamos una programación cultural que funciona a base de "eventos", con la consiguiente eventualidad de sus propuestas, por eso la pregunta sigue siendo ¿qué será de León en el 2011?.

 

Luis Grau Lobo

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