(Publicado en El Mundo de León, el 23 de mayo de 2010)
Ya sé que parece un título de novela negra, pero lo mismo es que va de eso. Verán, tengo un amigo que opina que la bolsa, el mercado de valores, es algo que inventaron los que tienen (mucho) dinero para quedarse con el que les va sobrando a los que no tienen (tanto) dinero. Algo así como un regulador del número de ricos. A la clase media -hacia tiempo que no se oía tanto esta expresión-, cuando le sobra liquidez (otra metáfora) piensa en canalizarla hacia un beneficio facilón y es entonces cuando, como en un casino, invierte en bolsa porque la bolsa está subiendo. Fase alcista, dicen. Después de un tiempo de subidones, en que la gente se calienta y rasca la alcancía para "comprar papel", la bolsa se desploma y el dinero cambia al fin de bolsillo, para recalar en el de los de siempre. Los que siguen en la bolsa pase lo que pase. Así está montado el asunto. Y no es sino un juego en el que la banca, como siempre, gana.
Pero de un tiempo a esta parte da la impresión de que la bolsa se ha quedado pequeña para un mundo globalizado en que las empresas se codean con los Estados en términos de paridad, mirándoles por encima del hombro en la mayoría de los casos. Y a las empresas no les gusta nada que los Estados, también empresas al fin y al cabo según ellas, gracias a las acciones de todos continúen ofreciendo seguridad social, servicios al ciudadano, amparo y, en resumen, diversos "estados de bienestar". Porque les deja en mal lugar y, sobre todo, porque les escatima negocios cada vez más rentables: la salud, la vejez,
De hecho, entre los llamados PIGS (Portugal, Italia, Grecia y España -Spain, puro humor británico...) sólo están en la picota de momento aquellos que cuentan con gobiernos socialistas, empeñados según su programa electoral en mantener las conquistas de ese Estado de Bienestar a toda costa. Lo que ahora parece casi quimérico a la vista del secuestro, por ejemplo, de nuestro gobierno desde instancias europeas y mercantiles. Mi amigo (que tampoco es Michael Moore), cree que esta "dieta mediterránea" es, como en las pelis de gángsteres, una oferta que no podemos rechazar, sino queremos amanecer con una cabeza de caballo entre las sábanas que, además, parecerá un accidente...
Es más, por seguir con otras cosas de mi amigo (que a estas alturas ya sospecharán que tampoco es Oliver Stone), él también piensa que lo de Garzón es otra conspiración, en este caso tipo western. Se trata de que el hijo del gasolinero, convertido en "solo ante el peligro" y en la más respetada personalidad de nuestra judicatura por su empeño en no dejar impunes a asesinos sanguinarios, sea apartado de una carrera monopolizada por niños bien a los que no les gusta que se investigue esas cositas, por si acaso. Mi amigo delira un poco, ya sé, pero, ¿no me negarán que suena verosímil? Esa es la cuestión, que cada vez la realidad se parece más a una formidable conjura. Que cada vez la película de lo real ofrece más torvos protagonistas y presagia más negros desenlaces.
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