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Momificación

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(Publicado en El Mundo de León el 23 de enero de 2011).

 

Una momia es un cadáver conservado de tal forma que se evite o ralentice el proceso natural de su putrefacción. Distintos procedimientos sirven para lograrlo, y suelen constar de la extracción de las vísceras y tejidos más delicados y el confinamiento del cuerpo en un ambiente aséptico que le permita esquivar las bacterias que causan la pudrición. El cuerpo, así disecado por quienes creen en una vida nueva con esa misma carne, puede durar milenios y, aunque su aspecto acaba por ser poco acorde con su reciclado ultraterreno, ha sido una práctica común a muchas civilizaciones, algunas de ellas muy distantes entre sí, que siempre ha despertado el interés y el morbo de judeocristianos y otros cultos más resignados a la descomposición de la carne terrenal.

Sin embargo, el proceso de momificación y sus efectos sobre los cuerpos y las mentes afecta también a algún que otro vivo. El caso más claro son los políticos retirados, que en ocasiones en lugar de disfrutar de la nueva vida, regresan a la anterior con chirrido de sarcófago y el crujir de dientes de quienes los contemplan. Y no me refiero a Fraga Iribarne, que pertenece a otra era geológica y no da miedo a nadie. Son horda, como buenas momias, quienes una vez apartados de los cargos públicos (por sí mismos, o, más frecuentemente, por los ciudadanos) no se resignan y retornan con furia de mal enterrado a repartir maldiciones donde antes repartían mercedes faraónicas. El catálogo es largo, pero quizás su parte más reveladora sea la de los ex-presidentes del gobierno, convertidos por su juventud y falta de encaje en los partidos en una suerte de Pepito Grillo zombi que a menudo sale a dar un paseo desde su lóbrega cripta. Cuando esto sucede, alguno se dedica a diseminar aquí y allá los amuletos que se prendían a sus vendajes y algún jirón de tela mugrienta en forma de anécdotas algo cascarrabias y recuerdos de lo bien que lo hacían ellos en vida, comparado con lo mal que lo hacen en el mundo real. Batallitas de faraón, vaya. Pero otros, las momias clásicas, pretenden meter miedo. Aunque den el mismo espanto que esas películas en blanco y negro de la Hammer sobre Drácula y sus compañeros mártires. Esas momias cabreadas se aprovechan de que la evisceración o sustitución de sus partes blandas -incluido el cerebro- es una suerte de despojamiento de responsabilidad y de juicio, y, así, dicen lo primero que les viene a la cabeza sin pensar en la barbaridad que suele ser. O se contradicen frívolamente a sí mismos o, más bien, a lo que en vida pensaban o decían que pensaban.

Uno de estos vivientes en proceso de momificación ha visitado en días pasados León para asustar un ratito. Y aunque en su caso disimule la falta de relleno intestinal mediante una suerte de abdomen ajedrezado muy poco humano, como buena momia arremete contra todo. Dice ahora (y eso de añadir "ahora" en la prensa da mucho juego para revelar absurdos de momia), muy malhumorado, que lo de las autonomías es un desatino y debe cambiarse. Y no deja de ser curioso que se meta con ellas, pues también las autonomías son una especie de momificación del Estado, un proceso de fosilización de las tripas de esa España invertebrada que pretendía acabar con los retortijones endémicos. A las viejas regiones y territorios con vocación nacional de este país se les aplicó primero una cirugía cartográfica muchas veces absurda y, con el tiempo, la extracción de sus entretelas y su sustitución por la hojarasca identitaria y el despilfarro clientelar, sedantes y conservantes que pierden fuelle con el cambio de clima hacia ambientes más dados a la putrefacción, como son los faltos de dinero. Las momias saben mucho de sí mismas y les es propio agredirse entre ellas. Cosas de momias.

Aunque de todas formas, si hay algo peor que una mala película de momias es cuando se proponen una secuela y van y la titulan "El regreso de la momia". Que se lo digan a los asturianos...

 

Luis Grau Lobo

León 2011.

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(Publicado, por segunda vez, en El Mundo de León, el 9 de enero de 2011)

Aunque me había conjurado para no escribir, al menos como norma, de asuntos domésticos, a veces las conjuras (y las normas) fracasan por propia pertinacia. Vayamos, pues, con esta excepción. El pasado 20 de abril concluía el plazo que las administraciones implicadas han dado para recibir de la ciudadanía propuestas relacionadas con la celebración del decimoprimer centenario del Reino de León. Aparte de la oportunidad de conmemorar una mera fecha sin mayor enjundia, por lo que parece de momento, que la de ofrecer un nuevo capítulo de revisionismo histórico a la carta, al servicio de intereses propagandísticos (casi ni siquiera ideológicos) de nuestros aparatos de partido político; no me negarán que sorprende las alturas a las que esta llamada a la participación universal se produce, cuando apenas quedan ocho meses para una "efeméride" que se lleva cacareando públicamente desde hace al menos cuatro años.

Confieso que hace un tiempo era de la opinión de que podría ser conveniente celebrar algo del tipo "magno acontecimiento", sea esto lo que sea, aunque mejor si era conducido en términos de calidad homologables con el buen hacer de otros territorios históricos que nos han precedido en el intento (Navarra, Cataluña, Galicia...). Pero ese tiempo pasó. Las circunstancias, coyunturales y estructurales; el desarrollo ulterior de acontecimientos y declaraciones al hilo del asunto y, sobre todo, los retrasos, el atrevimiento bisoño y la improvisación predominantes me han echado atrás, y hoy día soy más de quienes, como ha sucedido con la extinta -¿temporalmente?- Feria del Libro infantil y juvenil, optan por no hacer nada ante la enorme posibilidad de hacer el papelón, ridículo que no por inconfesado se muestra menos evidente, como prueban las ediciones de la mencionada Feria y su previsible destino, ahora abortado convenientemente.

Vistas las cosas desde cierta óptica tampoco se trataría de quedarse de brazos cruzados, sino de efectuar una lectura de la conmemoración en términos de la aguda etapa de crisis económica en la que nos hemos plantado, para desdicha de la memoria de García I. Según ese punto de vista, tenemos al menos dos alternativas. La de siempre: una "magna exposición" o más de una si son menos magnas, un congreso, o más de uno, en el que sesudamente se investigue y se divulgue a un tiempo; algún acto o varios de retrospectiva carnavalesca o "tradicional" y la consabida colección de folclorismos de salón, lleunés mediante o no, aparte ditirambos nostálgicos de una Edad Media de peli de Charlton Heston. Claro está, para abundamiento de la consabida colección de hematomas en los costados de muchos de nuestros políticos locales y una bonita pero ficticia crónica de eventos rastreable a través de las hemerotecas para una posteridad de pega sobre lo que fue aniversario tan copetudo.

Otra posibilidad sería aprovechar el "acontecimiento" para solucionar viejos problemas culturales, de infraestructura y de funcionamiento, que acucian a este León nuestro desde hace demasiado tiempo y deberían ensombrecer de vergüenza cualquier acción extraordinaria de promoción cultural que no los tuviera en cuenta. Aprovechar presupuesto, medios y atención mediática y popular para abrir eficazmente la ruta romana y sus sótanos aún-no-visitables, culminar las obras y abrir al público las murallas, el monasterio de Escalada y todos los demás cenobios mozárabes... (extiendan los puntos suspensivos a discreción). Aprovechar que el presupuesto de ese 2010 pasa por aquí para que las numerosas instituciones culturales de León tengan partidas suficientes para sus actividades consolidadas, muchas de ellas en riesgo por la crisis, y para promocionar lo que ya existe... Tener y mantener, en definitiva, el potencial cultural de León en plena forma y a pleno rendimiento, no mediante la elevación de castillos en el aire y la compra de humos o de panegíricos varios, sino por la construcción y asentamiento de cuantas iniciativas están ya ahí, sin que nadie las "invente", dispuestas a alcanzar el grado de realidad que aún no han llegado a tener. Demos una oportunidad a las potencialidades que todos sabemos tienen las cosas que ya tenemos. Que son muchas y buenas, aunque no sean ni nuevas ni flor de un día.

En resumen, invertir en lugar de gastar, dejar sembrado para recoger después, hacer para durar. Afrontar la crisis creyendo en un futuro que la superará gracias a la acción esforzada en el presente, no por la pura inercia de la costumbre. Así podría encararse el León de 2011 con la certeza de haber hecho algo para que el año anterior no pasara en balde, habiendo demostrado responsabilidad en la gestión cultural, adaptándola a un tiempo peor, pero no menos importante. Además, centenarios es lo que sobran. Ya se habla de celebrar el milenio del Fuero leonés en 2017, entre otros centenariazos, para el cual se afirma que se cuenta con tiempo suficiente para prepararlo. ¿Les suena?

Ahora que, también podemos protagonizar otra de esas estampas leonesas de honda raigambre y gran concernimiento con que nos retrata Rodera con sarcasmo, con un clásico tópico: "León, 2010, fuese y no hubo nada".

NOTA: este texto, literalmente, fue publicado ya en este periódico el pasado 10 de mayo de 2009.

 

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