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Banqueros anarquistas

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Publicado en El Mundo de León el 24/7/2011.

Se fecha en 1922 uno de los escasos relatos publicados en vida por Fernando Pessoa: "El banquero anarquista". En ese breve texto dialogado a la manera platónica, un acaudalado hombre de negocios expone, para sorpresa de su acompañante durante una conversación de sobremesa, sus convicciones íntimas sobre el auténtico anarquismo, al que afirma no sólo representar sino seguir a pies juntillas en la práctica, al contrario, asegura, de lo que hacen quienes luchan contra el sistema. El argumento, simplificado, viene a convertir al banquero y "acaparador notable" (como le califica su amigo) en una suerte de Robin Hood egotista, que para liberarse individualmente de la tiranía del dinero y las convenciones sociales, logra el suficiente como para no depender de aquél y, por extensión, de éstas. Se redime haciéndose rico, y supera las ficciones sociales a las que dice combatir mediante su dominio. Es más, al final, en un ejercicio de retruécano hipócrita, descubre sus naipes marcados cuando asegura que las desigualdades son naturales o que la tiranía a combatir no es responsabilidad de los hombres que las encarnan... Es algo así como cuando nos hablan de la inevitabilidad del mercado y sus leyes cuasi-geológicas; algo así como cuando sentimos que nuestros financieros son también anarquistas en ese mismo sentido. Cuando contemplamos como la furia especuladora e irresponsable de unos cuantos está resquebrajando los cimientos de una construcción social única en la historia, el Estado de bienestar, con consecuencias imprevisibles que, de momento, arrastran a la pobreza a millones de ciudadanos.

Pessoa no sólo es el mayor escritor portugués moderno, fue también el prodigioso muñidor de muy diversas personalidades literarias a las que alumbró con una nitidez extrema. Mucho más allá de la mera confección de pseudónimos literarios, sus heterónimos derivaron en auténticas existencias hilvanadas en su producción literaria con los acontecimientos y sentires más característicos de su época. Por eso quizás hemos de lamentar que la vida del progenitor de estas criaturas figuradas fuera breve, apenas 47 años, pues quizás, con el tiempo, algunas de ellas hubieran podido regalarnos otras clarividentes metáforas. Parábolas que, como la del banquero, si ofrecen claves para interpretar nuestros días, quizás sea porque siempre ha sucedido lo mismo y hoy volvemos a percibirlo con claridad, dado lo impúdico y agresivo de sus síntomas.

Así, su alter ego Ricardo Reis podría haber escrito "El párroco latifundista" para explicarnos la lógica oculta de la iglesia católica en su febril dedicación a registrar propiedades de fieles e infieles, a hurtadillas, aquí y allá, cual embaucador de feria. Y el futurista Álvaro de Campos nos revelaría en "El periodista maquiavélico" la coherencia intrínseca entre el oficio destinado a revelar podredumbre y el empleo de ésta como norma del oficio en el caso Murdock (y otros). Bernardo Soares, melancólico y ciclotímico, sería el más apropiado para desentrañar, en un opúsculo titulado "El ejército amansador", por qué son precisas las intervenciones armadas para arreglar problemas que las propias armas crean. En fin, Alberto Caeiro, por su parte, dada su condición de persona directa, sin retórica ni metafísica, sería el indicado para dibujar la indiscreta ligazón entre tramas ilegítimas y poder legítimo, en una obra que bien podría intitularse "El político apolítico". Dejamos para otros menos conocidos personajes pessoanos títulos como "La desunión europea", "El manirroto bien temperado", "Los trajes y los trajines"... en fin.

Aunque lo cierto es que nos hacen falta muchos heterónimos. Y Pessoas. Porque tal vez la realidad no sea lo que pensamos, sino que la percibimos como una serie de pseudónimos de sí misma. O, tal vez, está compuesta de personalidades desconocidas que, en el fondo y porque nos avergüenza, no queremos reconocer que son terriblemente familiares.

 

Luis Grau Lobo

Caracteres de estío

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(Publicado en El Mundo de León, el 10/7/2011)

 

Ciento cuarenta caracteres, he ahí los términos para los temas de nuestro tiempo, que diría Ortega. Y con estos ya van cumplidos y me paso...

Casi todo el saber de la Antigüedad fue traspapelado en uno de los recurrentes  finiquitos de la historia y, durante muchos siglos, los eruditos se empeñaron en recomponerlo merced a los escasos fragmentos, apenas unas frases dispersas, que habían emergido prodigiosamente tras aquel descomunal naufragio. Esa época de exégesis febril se entregó a la interpretación de un puñado de enunciados sobre los que levantó sumas y tratados que, a la postre, serían barridos o reescritos con la furia de un nuevo tiempo, condenándolos al polvo de los estantes más recónditos, pues no eran sino la versión deformada de un conocimiento perdido para siempre.

Sin embargo, en nuestros días hemos renunciado a la construcción discursiva, meditada y estructurada de una imagen del mundo y la sustituimos por una maraña de frases cortas, lapidariamente triviales, que pretenden encerrar una hondura que se esfuma en su propia menudencia. Primero llegaron Internet y sus wikipedias para advertirnos de que el nuevo modelo de compendio del saber venía a caracterizarse por su desorden intrínseco, por una saludable falta de solemnidad, de coherencia, de sanción.... Y ahora, en una nueva vuelta de tuerca, es el momento de los microblogs, los tweets o tuits, o gorjeos, esa suerte de sentencias de 140 caracteres en las que ha de empaquetarse cuanto queramos decir, pensar, sentir... Pero no todos somos Marcial, aquel epigramático.

Un simple tuit puede desacreditar una trayectoria longeva. Aunque es cierto que bastan 140 caracteres indignantes para arruinar un montón de tomos, como ha sucedido con el Diccionario biográfico de la Academia, convertido en anacronismo enciclopédico en su contenido cuando ya lo era en su forma... Problemas de elección, como si se pidiera a Hugo Chaves que tratase sobre la democracia estadounidense.

Por eso inquieta que también el discurso político, el guión de quienes nos gobiernan, antaño revestidos de discursos y programas, se haya convertido en el lanzamiento y glosa de tuits y formulismos cuya exégesis corresponde a la prensa de una u otra facción, furibundamente lanzada a la interpretación de ese laconismo inquietante: "el estado del bienestar que podamos", dice Rajoy. "Se refiere al que podamos pagar" replica Rubalcaba...

Y quizás también por eso los movimientos de sana indignación actualizan a las consignas de aquel mayo mítico del año 68 pero se ven huérfanos del aparato teórico, literario y filosófico que aquel había acumulado y del que esas frases eran apenas la punta de un iceberg, el código con el que se entendían muchas más cosas. Ahora no, ahora esas proclamas sólo encierran lo que dicen: cabreo y creatividad, una puerta abierta a un imprevisible desarrollo que, como el propio movimiento 15M, debe permanecer en cauces democráticos y pacíficos, pues es bien necesario que así sea. Pero ahora también, un simple trino o invocación lanzado a las redes sociales es capaz de enervar multitudes, pues su agudeza y abstracción le confieren un carácter oracular, esencia de un sentir colectivo que, tal vez de concretarse, no sería tan compartido. Aunque uno teme que, tal vez, tras esas expresiones no se esconda sino un vacío pavoroso que se abre a nuestros pies con el vértigo de un tiempo sin referencias. En una algarabía en la que nadie escucha a nadie corremos el riesgo de que el legado de nuestro tiempo sea una indigerible colección de dichos fatuos, tiernos o iracundos, un galimatías de cacareos que saldrán volando como la hojarasca a la primera de cambio.

Por fortuna, estamos ya en verano, la estación de las lecturas de largo recorrido. Aunque se trate de los ladrillos de Follet (¿de ahí vendrá folletín?). Quizás porque hemos reservado para estos tiempos de playa y montaña, de estío e intrascendencia, aquello que realmente consigue colmar nuestras ansias de esclarecimiento.

 

 Luis Grau Lobo

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