Caracteres de estío

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(Publicado en El Mundo de León, el 10/7/2011)

 

Ciento cuarenta caracteres, he ahí los términos para los temas de nuestro tiempo, que diría Ortega. Y con estos ya van cumplidos y me paso...

Casi todo el saber de la Antigüedad fue traspapelado en uno de los recurrentes  finiquitos de la historia y, durante muchos siglos, los eruditos se empeñaron en recomponerlo merced a los escasos fragmentos, apenas unas frases dispersas, que habían emergido prodigiosamente tras aquel descomunal naufragio. Esa época de exégesis febril se entregó a la interpretación de un puñado de enunciados sobre los que levantó sumas y tratados que, a la postre, serían barridos o reescritos con la furia de un nuevo tiempo, condenándolos al polvo de los estantes más recónditos, pues no eran sino la versión deformada de un conocimiento perdido para siempre.

Sin embargo, en nuestros días hemos renunciado a la construcción discursiva, meditada y estructurada de una imagen del mundo y la sustituimos por una maraña de frases cortas, lapidariamente triviales, que pretenden encerrar una hondura que se esfuma en su propia menudencia. Primero llegaron Internet y sus wikipedias para advertirnos de que el nuevo modelo de compendio del saber venía a caracterizarse por su desorden intrínseco, por una saludable falta de solemnidad, de coherencia, de sanción.... Y ahora, en una nueva vuelta de tuerca, es el momento de los microblogs, los tweets o tuits, o gorjeos, esa suerte de sentencias de 140 caracteres en las que ha de empaquetarse cuanto queramos decir, pensar, sentir... Pero no todos somos Marcial, aquel epigramático.

Un simple tuit puede desacreditar una trayectoria longeva. Aunque es cierto que bastan 140 caracteres indignantes para arruinar un montón de tomos, como ha sucedido con el Diccionario biográfico de la Academia, convertido en anacronismo enciclopédico en su contenido cuando ya lo era en su forma... Problemas de elección, como si se pidiera a Hugo Chaves que tratase sobre la democracia estadounidense.

Por eso inquieta que también el discurso político, el guión de quienes nos gobiernan, antaño revestidos de discursos y programas, se haya convertido en el lanzamiento y glosa de tuits y formulismos cuya exégesis corresponde a la prensa de una u otra facción, furibundamente lanzada a la interpretación de ese laconismo inquietante: "el estado del bienestar que podamos", dice Rajoy. "Se refiere al que podamos pagar" replica Rubalcaba...

Y quizás también por eso los movimientos de sana indignación actualizan a las consignas de aquel mayo mítico del año 68 pero se ven huérfanos del aparato teórico, literario y filosófico que aquel había acumulado y del que esas frases eran apenas la punta de un iceberg, el código con el que se entendían muchas más cosas. Ahora no, ahora esas proclamas sólo encierran lo que dicen: cabreo y creatividad, una puerta abierta a un imprevisible desarrollo que, como el propio movimiento 15M, debe permanecer en cauces democráticos y pacíficos, pues es bien necesario que así sea. Pero ahora también, un simple trino o invocación lanzado a las redes sociales es capaz de enervar multitudes, pues su agudeza y abstracción le confieren un carácter oracular, esencia de un sentir colectivo que, tal vez de concretarse, no sería tan compartido. Aunque uno teme que, tal vez, tras esas expresiones no se esconda sino un vacío pavoroso que se abre a nuestros pies con el vértigo de un tiempo sin referencias. En una algarabía en la que nadie escucha a nadie corremos el riesgo de que el legado de nuestro tiempo sea una indigerible colección de dichos fatuos, tiernos o iracundos, un galimatías de cacareos que saldrán volando como la hojarasca a la primera de cambio.

Por fortuna, estamos ya en verano, la estación de las lecturas de largo recorrido. Aunque se trate de los ladrillos de Follet (¿de ahí vendrá folletín?). Quizás porque hemos reservado para estos tiempos de playa y montaña, de estío e intrascendencia, aquello que realmente consigue colmar nuestras ansias de esclarecimiento.

 

 Luis Grau Lobo

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