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Gallardía islandesa

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(Publicado el El Mundo de León, el 17/4/2011)

¡Ya está bien! Pase que los financieros, bancos, comisionistas y demás especuladores hayan fracasado con estrépito bíblico gestionando el dinero de todos, aunque hayan tenido éxito administrando el suyo. Pase que estemos todos hipotecados por cosas que nos dijeron que valían más que lo que nos adelantaban y que ahora nos dicen que no valen ni una parte de ese dinero, que nuestras casas hayan pasado de ser hogares a convertirse en una trampa, muchas veces antesala del desahucio y la ruina. Pase que hayamos tenido que renunciar a parte del sueldo, o en muchos, demasiados casos, a un empleo, y a conquistas sociales y derechos largamente batallados, a una asistencia y bienestar que casi siempre es sólo un "poder estar", subsistir, y todo para salvar unas finanzas que ni siquiera manejábamos. Pase que los supervisores de este tinglado hayan demostrado una incompetencia manifiesta que a cualquier otro le hubiera costado el puesto y ahí sigan, pretendiendo que no ha pasado nada, cobrando más y mejor y elaborando más y más recetas de esas que se le ocurren al que asó la manteca: subir impuestos, amputar gastos sociales necesarios, jibarizar salarios... Pase que el FMI nos avise ahora de una posible crisis en los USA que debe combatirse (cómo no) con una mayor carga fiscal y la reducción del amparo social en un país que se dice el más avanzado del mundo pero que aún sigue debatiendo si extiende el sistema de salud pública de forma universal. Pase que las llamadas agencias de calificación nos sigan tomando el pelo a todos, ni se inmuten tras sus devastadores y probados fiascos y ahora se dediquen impávidamente a acosar a los estados como quien juega al dominó (símil, por otro lado, empleado por ellos mismos) con el futuro de millones de ciudadanos. Pase que esos supuestos forajidos no sólo no desfilen por el juzgado sino que además cobren sueldos estratosféricos, o que las empresas estadounidenses estén ahora ganando más del 30% que el pasado año, mucho más que en 2009, y aún no hayan devuelto los adelantos que les prestó el Estado, o sea, los ciudadanos, aunque los sueldos de sus directivos sí hayan registrado un aumento similar, mientras el de sus empleados sube apenas un 2%, el IPC.

Pero por lo que ya no paso es por que, encima, actúen como si no nos enterásemos o no tuviéramos nada que decir al respecto. Por eso resulta valiente y esperanzador lo que está sucediendo en Islandia. Allí han dejado que los especuladores se desplomen con todo el equipo y, aunque les cueste una dura recesión mantienen la cabeza alta. Incluso han votado en referéndum si con su dinero redimían las deudas de sus bancos. Han dicho que no, por dos veces. Quizás es porque si te preguntan, de manera oficial, si te pueden tomar el pelo, pase esto. Pero al menos la tierra del hielo ha demostrado que es un país, no una empresa. O que si se considera una empresa, hay que contar con todos los accionistas, los ciudadanos. Eso sí, su arrojo se ha ganado las iras de sus principales acreedores, ingleses y holandeses, aunque supongo que los ciudadanos de estos dos países comprendan muy bien a los de la isla nórdica. Hasta les han amenazado con los tribunales y la congelación de su entrada en la UE. ¡A Islandia con congelaciones! Les deseo lo mejor, pues nos va en ello cierta parte de nuestra propia dignidad.

Y, además, después de esto, me doy cuenta de que tampoco paso de lo de más arriba. Que ya vale. Pero... ¿qué se puede hacer? No lo sé. Tal vez nadie lo sepa y esa sea la cuestión. Supongo seguiré como todos, con la conciencia serena pero irritada de un ciudadano estafado. Aunque al menos sin haber perdido del todo el norte. Ese norte.

Luis Grau Lobo

Guerras de los antepasados

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(Publicado en El Mundo de León, el 3/4/2011).

 

No a la guerra. Por supuesto, sería insensato no suscribir esta afirmación. Y más cuando la guerra no conserva (si alguna vez lo tuvo) nada de aquel halo romántico que inflamaba retóricas facilonas y almas arrojadas y acabó por liquidarse en 1939 cuando los jinetes polacos embistieron inútilmente a los tanques de la Wehrmacht para inmolarse por una honra absurda. Pero la guerra existe y, por supuesto, las hay evitables y las hay forzadas, como sucede con todo acto. Y su oportunidad, proceso y consecuencias deben juzgarse con los patrones de nuestro modelo de comportamiento histórico y social, con aquello a lo que nos decimos dispuestos a aspirar.

Hace no tanto, a escala histórica, en 1936, en 1939, o en 1945, muchos españoles y los partidos progresistas en especial clamaron por una intervención militar de los gobiernos occidentales que restaurara la legalidad democrática ante el acoso y triunfo de un golpe militar dictatorial y sangriento. Los líderes políticos de los partidos republicanos instaron a las potencias europeas para que apoyaran su causa durante la guerra civil, ante la indigna neutralidad e incluso animadversión de los timoratos y torpes gobiernos británico y francés. Rusia, Alemania e Italia sí intervinieron, pero para favorecer intereses estratégicos que nada tenían que ver con los de esa democracia amenazada, pues ellas no lo eran. Más tarde, muchos republicanos, en especial los que habían luchado junto a los franceses y habían liberado París con carros de combate bautizados con nombres españoles, creyeron que la ofensiva aliada se prolongaría a este lado de los Pirineos, pues en su ingenuidad cargaban con el convencimiento de que esa guerra mundial era aún un combate contra el fascismo, cuando se había convertido ya en una partida de ajedrez entre los bloques divididos en el callejero de Berlín. Aún así, hubo quien esperó ver en el cielo los tanques y aviones americanos hasta que Eisenhower vino a palmear las espaldas de Franco, los aviones llegaron pero a hospedarse en sus bases y a todos se les quedó cara de Bienvenido Mister Marshall aspirando el polvo de la cuneta de la historia.

De aquel ejemplo, tan cercano y tan nuestro, sin embargo pocos se acuerdan, salvo para pelearse en tertulias flamígeras. Pero es que hoy, en 2011, España se llama Libia. Allí hay un dictador que masacra a su pueblo con un ejército en gran medida mercenario ¿les suena? Y sí, claro, ya sé que los gobiernos occidentales le han armado, le han mantenido, le han dispensado trato de favor por petróleo, que además el mundo musulmán debe recelar, pues entramos en Irak hace no mucho con falsedades y mucha cara, sin mandato de la ONU, y que seguimos pensando sólo en los negocios y poco en este patio trasero que creemos es el resto del mundo para los países ricos... Todos esos reparos son ciertos, pero no es menos cierto que era obligado hacer algo. Y, en este sentido, si la intervención en Irak podría verse como la última de una serie de injerencias coloniales, la de Libia debiera ser la oportunidad para inaugurar una nueva forma de hacer política internacional en un mundo globalizado que no ha de consentir situaciones de agresión a población civil por parte de tiranías. Se ha intervenido tarde, sí, pero tal vez no sea tarde para empezar a comportarse de otra forma, pues contamos con una experiencia de tres cuartos de siglo. Y la situación del mundo árabe reclama un decidido apoyo de la comunidad internacional para que sus revoluciones, en algo similares a las que recorrieron Europa en el siglo XIX, alcancen limpia y rápidamente un estatuto homologable con la Declaración internacional de derechos humanos, que de eso, al fin, es de lo que se trata y ese es el modelo al que aludía al principio.

Eso sí, lo que no llego entender es por qué algunos partidos de izquierda siguen cuestionando empecinadamente esta intervención, salvo que hayan perdido la memoria (histórica y personal) o la conexión con la realidad.

 

Luis Grau Lobo

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