(Publicado en El Mundo de León, el 8/1/2012)
Los matemáticos prefieren los números extraños o únicos. Los que son primos; aquellos irreductibles, como pi con sus infinitos decimales (¿qué querrá decir "infinito"?, una palabra que se desmigaja en el magín...); las quimeras, como la raíz de menos uno, o las hermosas ecuaciones que condensan el universo... Sin embargo, los mortales solemos decantarnos por los números con cierta estética formal (capicúas) y, sobre todo, por las cifras redondas, esas con ceros al final, que parecen cerrar y abrir páginas a su pesar, quizás impelidos por un enfoque alfabético más que numérico de los guarismos: cien, mil, un millón...
Y así, ésta, que es la columna número cien de esta serie llamada "Fuera de lugar", y la primera del quinto año desde la aparición de este periódico leonés, merece tal vez una explicación que, como advertía el gran José Isbert, les daré, porque no la había dado (que necesidad no hay). Comencé escribiendo porque me lo pidió una amiga, que dirige este periódico, y desde entonces me siento a gusto con esa tribunicia potestad que me concedió y me exige ser exigente hacia mí mismo sin que otros me hayan puesto jamás cortapisa alguna. Compromiso conmigo mismo, sinceridad sin halago, argumentación sin ofensa, contención sin trabas, meditación sin alharacas, esos son mis propósitos. Porque he de gestionar un privilegio y, como decía el tío de Spiderman, ello conlleva gran responsabilidad: hablar de lo que me da la gana pero no como me da
Fuera de lugar sigo estando, por supuesto, y estaré mientras me dejen o me quieran, pero ese es un lugar que no me incomoda. Verán, en el terreno de la arqueología (se supone que esa es mi formación), solemos poner varias etiquetas a las cosas que no están donde deberían estar, o donde querríamos que estuvieran. Descontextualizados, raros, ítems, extravíos del pasado que llegan al presente como la botella de un náufrago que nadie quiere abrir. Sin embargo, en inglés existe un término para los objetos extravagantes o estrafalarios que se hallan perdidos en un tiempo (esa especie de lugar que se escabulle) que no es el suyo. Los llaman Ooparts, out of place artefacts. Imagínense, una azada en manos del homo antecessor, una chapa de Mahou en los estratos del alto Imperio romano, etc. Solemos resolver esos enigmas, fruto del descuido o de un azar travieso, con una discreta visita a la escombrera o una patada de medio lado. Pero tales hallazgos no son inquietantes porque estén fuera de su sitio natural, sino porque están fuera de su tiempo, en una época que no es la suya, a la que violentan y traicionan, rebajándola. Por eso, en estos tiempos en que tantos se sienten orgullosos de ser de algún sitio, como si hubiera algún mérito en ello, nada peor que no ser del propio tiempo. Así que estas reflexiones que al número de cien llegan ya, espero que al menos estén fuera de lugar, pero no fuera de tiempo. De nuestro tiempo. Gracias, compañeros, muchas gracias, y gracias, lector, seas quien seas.
Y, por cierto, para abusar un poco más de este privilegio, felicito su cumpleaños a mi madre, que, por aquello de las cifras juguetonas, también es hoy.
Luis Grau Lobo
Leave a comment