Prisionero de Zenda

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(Publicado en El Mundo de León, el 2/10/2011)

Seguro que recuerdan la novela de Anthony Hope (1894) "El prisionero de Zenda", en alguna de las múltiples adaptaciones cinematográficas que aún reponen en las cadenas de televisión, en especial la de Richard Thorpe (1952), con un jovial y arrojado Stewart Granger, aparte la versión "estrafalaria" de Peter Sellers. En su argumento, el monarca Rudolf V va a ser coronado a la mañana siguiente cuando su medio hermano el torvo Michael, ansioso por usurpar el trono de Ruritania, lo secuestra en el castillo de Zenda. Como consecuencia de ello, los fieles al rey deben sustituirlo apresuradamente por un turista inglés de extraordinario parecido hasta que logren la liberación del genuino soberano. El turista participará en ese rescate con tal heroísmo y honorabilidad que, al final de la obra uno se queda con la sensación de que él hubiera sido mejor rey que el legítimo y que quizás el prisionero de Zenda, un tipo insensato y frívolo, no merece el poder.

Viene esto a cuento porque ha dicho Rubalcaba que Zapatero ha sido el mejor presidente de la democracia. Quizás hace más o menos tres años esa afirmación hubiera podido sostenerse sin rubor. Quizás, de no haberse topado con la crisis económica más acuciante de los últimos ochenta años (y espérate a ver si no más), Zapatero hubiera pasado a la historia como ese turista accidental que fue llamado al poder inesperadamente y con sus decisiones de gobierno se granjeó el aprecio de una generación. No ha sido así. La segunda legislatura, como la segunda parte de la presidencia de Obama y tantas otras varadas en estos tiempos de hierro, ha dilapidado la ilusión generada por su elección a causa de los corsés en que ha debido encajar su antaño atlética cintura.

Es decepcionante que todos los presidentes de la democracia hayan tenido que marcharse por la puerta de atrás. Dejando aparte al temporero Calvo Sotelo, primero todo acabó con envidias, luego con corrupción, después con mentiras, y, ahora, con una resignación frustrante. Y es que, desde que empezaron los aprietos, Zapatero no ha hecho sino levantarse de la cama con cabezas de caballo a su vera. Posiblemente su deseo hubiera sido -¿y de quién no?- haber pilotado una salida a la izquierda de este laberinto, pero o no ha querido (lo que es poco plausible) o no ha podido, pues no aparejó sus naves para estos elementos, y sus decisiones para amparar a los agentes financieros, como las de todos los líderes occidentales, han debido, en palabras de los Corleone, "parecer un accidente". Inclinado ante los agentes que gobiernan el mundo (los Goldman Sachs, según ese broker de mentiras que dice la verdad), en esta última legislatura hemos tenido como presidente a un recluso.

Cualquiera que presencie la fatiga ideológica y personal del presidente del gobierno, entenderá su ocaso político como un carpetazo desdichado a una vida dedicada a llegar a lo más alto para cambiar las cosas y descubrir que las cosas lo han cambiado a uno. Entenderá porqué incluso deja el parlamento y vuelve a su casa. Entenderá lo difícil que ha de resultar pararse a pensar lo que pudo ser y no fue. Por eso, ahora que se va, que se ha ido ya, y que aún no estamos en campaña electoral, me tomo la libertad de decirle que no estuvo mal mientras duró, aunque durase menos de lo que entre todos habíamos decidido en las urnas. Y pronto, después de todo, regresará su hermanastro Michael, despojado del trono en dos ocasiones, por si quedaran dudas de quién debe mandar. ZP o, también, PZ: el Prisionero de Zenda.

 

Luis Grau Lobo

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