(Publicado en El Mundo de León, el 16/10/2011)
Soltar lastre. De eso se trata ahora que no hay con qué mantener el vuelo a la altura de los años de bonanza. Lo llaman también redimensionar, racionalizar el gasto, recortar, ajustar, ahorrar... En fin, desprenderse de consumos superfluos como están haciendo la mayoría de los hogares españoles ante la que se nos está viniendo encima. Entiéndase superfluo como aquello de lo que se puede (y quizás se debe) prescindir. Y, ahora, por lo visto, tocan los aeropuertos de aquí. Para conseguirlo, nada mejor que recurrir a los clásicos, y, dejando aparte las versiones catastrofistas del género, ninguno tan específico como "Aterriza como puedas". Veamos: tenemos Castilla y León, una región grande y con escasa densidad de población, que sobrepasa ligeramente los dos millones y medio de habitantes y que cuenta con... ¡ta cháaaaaan! cuatro aeropuertos. Mal día para dejar de fumar.
Porque, vamos a ver, como dirían en otro clásico del género, ¿un aeropuerto es contingente o es necesario?, ¿se precisa o, simplemente, vale con reivindicarlo?, ¿responde a la ley de la oferta y la demanda o a ínfulas políticas de aldea? Porque, para mí tengo que con un aeropuerto para todos nosotros valdría, y la lógica territorial determina que éste sea el de Villanubla (que no me negarán también que es un topónimo como para colocar un aeropuerto, pero en fin...), porque la geografía no la impone, por suerte, ningún político. Y puestos en esa tesitura, lo que interesa es contar con buenas carreteras, ferrocarriles y líneas de transporte público para que los ciudadanos de esta región puedan trasladarse a ese aeropuerto (y a muchos otros lugares) con comodidad y presteza, de tal manera que si necesitan tomar un avión lo puedan hacer con un amplio abanico de destinos en una instalación dotada y capaz que responda al volumen de población al que sirve. ¿Sencillo? No crean, por lo poco que se dice en voz alta...
Algo así nos pasó con otras instituciones que ahora se revelan como un dispendio insostenible. Las universidades, por ejemplo. Durante años en lugar de tener algunas de ellas buenas, nos empeñamos en tener muchas vulgares, cuando se podía haber becado a la mayoría de los estudiantes con lo que costó este despropósito. Y ahora toca "reagruparlas", dicen.
Ítem más. Pongamos por caso, en León, el famoso Palacio de Congresos. Resulta que el ayuntamiento no tiene ni para luz eléctrica, pero sigue en el empeño de edificar un descomunal y suntuoso edificio (el arquitecto se llama Perrault... que a cuento sí suena) destinado a multitudinarios eventos que nadie ha descrito aún y que no parecen tener ahora mucho sentido y, de tenerlo, bien podrían formar parte de la actividad de un flamante Auditorio que empezó con ritmo pero en estos días se ahoga en su propia indigencia. Tenemos ya infraestructuras de sobra, lo que falta es explotarlas. No sea que nos pase como con el estadio de fútbol, que por fin ha conocido el cambio de categoría del equipo local, aunque me temo no ha sido el cambio con el que se pensó...
Tener de todo en todas partes, qué sindiós. Ahora que también podemos seguir instalados en el absurdo. Tener un aeropuerto en León con vuelos a Madrid como tenía antes (sí, a Madrid...), con una cafetería cerrada por ruinosa, con pasajes terciados y subvención va y viene, deuda aquí y deuda allá. Y un palacio de congresos para las peñas de la Cultural, y una universidad gringa pensionada frente a las verduras, y etcétera. O sea, algo parecido al guión de la película de la que he tomado el título, que uno se pregunta si los de la torre de control eligieron mal día para dejar de esnifar pegamento...
Luis Grau Lobo
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