(Publicado en El Mundo de León el 7/8/2011).
Arqueólogos e historiadores suelen recrearse desmontando los mitos, pero los mitos aguantan, para provecho de los touroperadores y demás empresarios del turismo. Las crónicas históricas, por ejemplo, ya no afirman que los griegos antiguos enviaran su flota hasta Troya para rescatar a una princesa bella y voluble que acabo por darles nombre. Se ve que arrasaron en varias ocasiones la ciudad de los Dardanelos para evitar que su estratégica situación amenazase el control de las rutas marítimas. Pero ahí estaba Homero, o, tal vez, muchos e ignorados aedos y un pueblo ávido de leyendas, para alentar, como se hace con toda guerra, el carácter romántico y épico de una empresa tan prosaica.
Las fábulas esconden siempre una versión miserable y sórdida de los acontecimientos. ¿Era Jasón un héroe o un vulgar cuatrero? ¿Acaso Aquiles no se comportó como un niñato caprichoso? ¿Quién no ha pensado que Ulises el fullero se inventa sus aventuras para justificar su tardanza? Hércules es fuerte y ágil, pero ¿se hace digno de sus proezas? Y así hasta donde queramos.
En muchos aspectos la historia no cambia. Pero en nuestros días echamos en falta homeros, tipos ciegos con una lúcida visión del presente que permita proyectarlo al futuro expurgado del bochorno y la ruindad que lo entreteje cada día. Así, alguien vendría y nos explicaría quiénes son y qué clase de odio ancestral mueve a Los Mercados, esos dioses aciagos y déspotas que, como aquel Poseidón, se oponen a los trabajos y al bienestar de los mortales sin que seamos capaces de ponerles nombre ni predigamos con certeza su forma de comportarse, sumisos ante su arrogancia anónima, resignados a su nervioso poderío. Alguien habría de cantar también las hazañas de los héroes que se enfrentaron a ellos en plena calle, a pecho descubierto y con frágiles grebas, y fueron expulsados por hoplitas y jinetes sombríos que clausuraron las puertas del ágora con furgones oscuros. Un bardo, quizás ignoto, debería entonar versos que relatasen la impotencia y, sin embargo, descaro de los reyezuelos de los muchos estados de esta nueva Hélade, la falta de confianza del pueblo en sus actos y en los de los pretendientes a los mismos tronos, y cómo, mientras se hundían las naves que antaño habían parecido sólidas y ligeras, se dedicaban a reñir en la playa, sin hacerse a
Pero en fin, estamos en verano (aunque los dioses aún no se hayan percatado), así que imaginen que la Aurora, con sus dedos de rosa, levanta el velo de la noche y nada de esto ha sucedido. O, mejor aún, que alguien lo canta con mejor lira y su relato es bello como el pasado que nunca existió.
Luis Grau Lobo
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