(Publicado en El Mundo de León, el 18/9/2011)
Concluye el día 25 de este mes la exposición que ha iluminado la temporada con luz propia desde el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid, aunque podrá verse después en el bilbaíno de Bellas Artes hasta enero próximo. Me refiero a la retrospectiva de
En los cuadros, dibujos y esculturas de López anida un mundo de soledades ensimismadas. Muy escasas veces los protagonistas de sus obras se acompañan o relacionan con alguien o con algo, y sus elementos, introvertidos sobre su propia existencia, conforman un todo nuevo y coherente, un objeto inédito y suspenso, como si esperara a alguien que no ha de llegar. Son ciudades (Madrid, paradigma de todas ellas) abandonadas a su propio vacío, en la tierra de nadie de las madrugadas o a vista de un pájaro errante y confuso, yermas, convertidas en naturalezas muertas de forma similar a como sus bodegones parecen retratar el paisaje prolífico de lo minúsculo, a como sus efigies y desnudos, sus árboles o sus habitaciones desoladas y algo decrépitas nos conmueven con los rasgos de su indefensión, en constante retorcimiento y quiebra de los géneros tradicionales. No obstante, recurre siempre López a una tradición formal figurativa que durante un tiempo le marginó por imposición de una vanguardia provinciana y arbitraria que creía atrasadas tales formas sin arañar siquiera la cáscara de su significado. Pero ese lenguaje de estirpe clásica adquiere en sus imágenes, como en las esculturas del malogrado Juan Muñoz o en los retratos del recién fallecido Lucian Freud, una inquietante y absolutamente moderna presencia, descarnada y frágil, la exhibición recatada de un misterio irresoluble implícito a la obra artística desde su nacimiento: la incapacidad de captar el instante y lo perdurable, de aprehender la condición de lo real y comunicarla, compartirla, la necesidad de transformar sus propiedades, de diseccionarlas e intentar una anatomía que nos revele sobre el mundo poco más de lo que dicen las entrañas sobre nuestras pasiones. Es algo que debemos saber aunque no se nos pueda decir.
En la obra del veterano artista manchego abundan también las enseñanzas y los modelos, estéticos y de comportamiento. Pero quizás una de sus mayores contribuciones al presente artístico y aún al social, sea la de alguien que ha seguido trabajando con la modestia y la dedicación que demandan las cosas bien hechas; esas que, al cabo de mucho tiempo, acaban por imponerse con la fuerza de su propia perfección, lejos de los fuegos de artificio, las imposturas y la caducidad de las novedades y las ocurrencias. Una de sus piezas más afamadas es su imagen de
Es por eso que esta exposición va más allá de la mera muestra de una serie de trabajos, o de las ingeniosidades de salón que muchas otras suelen encumbrar, y así, recopilando toda una inmensidad de vida y dedicación, nos ofrece descarnada y fecunda la vieja lección del arte que quizás hoy más que nunca sea necesaria para superar unos tiempos difíciles que no han hecho más que empezar: aquella de que la inspiración, si llega, debe encontrarnos trabajando.
Luis Grau Lobo