Facebook de época

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(Publicado en El Mundo de León, el 12/6/2011)

 

Aparte del cerebro, si algo distingue a nuestra especie es el rostro con que la evolución nos ha permitido exteriorizar u ocultar nuestras emociones y pensamientos y, al fin, nos hace humanos a primera vista. Tal vez por eso la captura de las facciones entendidas como conjetura del alma ha sido tema imperecedero de la historia del arte, superando las mudanzas de estilos y procedimientos artísticos con el aplomo de las cosas necesarias. Desde los mármoles blanquísimos sometidos para trazar del ceño de los patricios romanos a los primeros planos cinematográficos de las rutilantes estrellas de Hollywood, pasando por el asombro de Inocencio X ante la paleta implacable de Velázquez, o la paradójica y universal vocación de inmortalidad de la instantánea fotográfica.

Y quizás por eso nuestro panorama cultural, expositivo en concreto, se anima estos días gracias al retrato. Y anda seducido por una visita italiana afincada en Cracovia, La dama del armiño, pieza estelar de las colecciones polacas que se exhiben en el Palacio Real de Madrid hasta el 4 de septiembre. Este pequeño alarde magistral de Leonardo se regocija en el aire ausente y equívocamente candoroso de la amante del condottiero Ludovico Sforza, que acaricia con mano grácil y estilizada el animal alegórico de su nombre y de su casta. Sin la notoriedad mística y desproporcionada de la Gioconda, esta pieza convierte al espectador en mero devoto de la belleza y elegancia de la modelo, inaccesible y casi irreal, como una santa descendida a la corte milanesa de hace quinientos años. Está pintada para ser admirada. Eternamente.

Sin embargo, frente al metafísico distanciamiento de Cecilia Gallerani, también en Madrid se tiene la oportunidad de contemplar estos días otros retratos que merecen la misma consideración de obras maestras, aunque el espíritu que los anime sea de muy distinta condición. Las trece efigies mortuorias de El Fayum que muestra hasta el 24 de julio el Museo arqueológico nacional en relación con las propuestas de PhotoEspaña también dedicadas al retrato, suponen el inicio de un género y, de cierta manera, su culminación. Estas pinturas que los egipcios ya bajo dominio romano en los primeros siglos de nuestra Era plasmaron en los frentes de los sarcófagos de sus momias en este oasis nilótico resumen una larga tradición creativa que fusiona el realismo romano y la querencia egipcia hacia lo fúnebre. Son rostros frontales, directos, sin resquicio para una apostura que ya no tendría sentido. Lanzan al abismo de los tiempos, una "llamada muda", en expresión de J.-C. Bailly, que nadie es capaz de contestar, pues han sido concebidos para interpelarnos sin palabras, para revelarnos cómo somos mediante ese relámpago común y privativo en que se deshilacha nuestra mortalidad. Aún hoy, ciertas lápidas de algunos cementerios conservan la costumbre de incluir una fotografía del difunto, pero hace ya dos mil años que los antiguos retratos de El Fayum exploraron el lado de ese espejo donde, al fin, no tenemos más remedio que mirarnos. Un pretérito palpitante que nos habla del poder del arte para convocar un halo de presencias propias, una mirada que no dice nada del retratado, sino de quienes observamos el retrato.

Porque en este facebook de épocas pasadas, la imagen de aquella cortesana del Renacimiento nos embelesa con un ideal, el de cómo querríamos haber sido, pues en ella reconocemos a alguien que nunca pudo existir. Nada nos debe o nos atañe de ella. Sin embargo, los retratos de El Fayum nos sobrecogen porque nos descubren cómo somos y nos exhortan a responder por aquello que hicimos mientras tuvimos esa oportunidad, por aquello que configurará nuestros rasgos más allá del tiempo. Y nos retratan a nosotros mismos.

 Luis Grau Lobo

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