Cultura empresarial.

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(Publicado en El Mundo de León, el 20/02/2011).

 

Érase una vez (otra vez) una empresa en aguda crisis financiera, sin liquidez y con exiguos activos, que lleva meses sin pagar a sus empleados, aunque éstos siguen presentándose a trabajar puntualmente. Que ha disfrutado y dilapidado jugosos recursos públicos, subvenciones y dádivas, pero que apenas tiene salida entre sus clientes, cada vez más escasos y cada vez menos entusiastas con sus productos y su cuenta de resultados. Que, además, tiene sede en suntuosos locales de propiedad pública, regalados por una ridícula y simbólica cantidad en concepto de alquiler, sin que haya conseguido no sólo ocuparlos en un porcentaje digno, sino tan siquiera lograr réditos y confianza suficiente de sus accionistas como para mantenerlos. Esta empresa sigue fondeada en niveles ínfimos de calificación que, según parámetros de los Standard & Poor's o Moody's del ramo, no sólo ponen en cuestión su rentabilidad, sino que revelan un inmovilismo desesperante, pues durante décadas la empresa se ha mantenido lejos de mejorar tal categoría, malogrando clasificaciones que pudieran convertirla en rentable o, al menos, justificar su coste. Calificaciones que sólo ha alcanzado raras veces, efímeramente y en décadas ya distantes, un pasado "glorioso" (en la empresa tienen afición al ditirambo), pero marchito y remoto. Por no contar, esta firma tampoco cuenta, pese a una popularidad y "tradición" que dan por hecho una respetable imagen pública, con una trayectoria de mandatarios sagaces, siendo así que sus dirigentes suelen tender al escaqueo en cuanto cesan las ayudas oficiales, no se les exige balances demasiado saneados y, salvo apariciones públicas más o menos predecibles y tópicas, su gestión nunca ha sido muy ejemplar que digamos. Es más, cuando alguien nuevo pretende reflotar este barco hundido, pide más ayudas como única y milagrosa receta. Consecuencia de ello, sin embargo, no ha sido una quiebra o liquidación terapéutica, como sí suele sucederles por la mera fuerza de la lógica a otras empresas de igual o mayor solera.

Ésta, que ahora es una historia muy común por obra y gracia de la crisis, tampoco ha provocado un cambio de modelo empresarial o un cambio de estrategia que permita seguir adelante por caminos menos pedregosos. Y no me refiero, claro está, a ninguna rumasa, sino a la Cultural y deportiva leonesa.

O sigue igual, dilapidando cada vez más dinero y entusiasmo, o se disuelve: ¿es esa la cuestión? Quizás haya una tercera vía (suele haberla), que nos brindan las raíces: se trata de un equipo de fútbol. Volver al deporte. A invertir en la cantera, a contar con categorías inferiores bien dispuestas, a que el equipo mayor sea modesto, se redimensione respecto a la ciudad, al fútbol y la economía actuales, que sus jugadores se hayan formado aquí y que, si puede mantenerse en la categoría, lo haga y si no, compita donde deba competir según sus méritos y el empuje de sus cimientos deportivos y su afición, no por el talonario de que dispongan sus dirigentes. En Inglaterra, donde el fútbol aún mantiene señas deportivas, muchos equipos de ciudades similares son amateur y su hinchada y el entusiasmo de sus jugadores no merma, al contrario. Por otro lado, aún recuerdo los apuros que hacían pasar a la laureada Roja selecciones de las Feroe, de Islandia, etc. compuestas por aficionados, con centrales que eran charcuteros y extremos que se dedicaban a la fontanería o la abogacía. Seguirían entonces jugando al fútbol y yendo al estadio quienes amasen este deporte. Y si la afición y la cantera no fueran suficientes, lo mismo es que no es preciso contar con un equipo de fútbol en cada ciudad, cueste lo que cueste.

Si eso fuera así, si el referente fuera el deporte, a mí ya no me importaría que con los impuestos de todos se financiara la pervivencia esta antigua marca, transformada a nuevos tiempos y nuevas formas gracias al brío de lo sostenible y lo razonable. Si sigue como hasta ahora, me molesta tanto como cuando se destinan esos caudales públicos a salvar un banco. Por ejemplo.

 

Luis Grau Lobo

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