(Publicado en El Mundo de León, el 17 de octubre de 2010)
Necesitamos héroes. Aunque sean héroes por accidente. La odisea bajo tierra de los mineros atacameños contiene todos los elementos clásicos de una historia mítica, de la genealogía de los héroes. Para empezar su localización, en el paraje inhóspito y perfecto del desierto más seco del planeta, entorno siempre propicio a la introspección y la aventura, escenario del nacimiento de las religiones, del periplo de las proezas legendarias. Pero sobre todo, el hecho de haberse gestado en las entrañas de la tierra evoca con nitidez prodigiosa el empeño más arriesgado de todo héroe: el descensus ad inferos, la bajada al infierno. Una ruta de la que sólo los más dotados, los escogidos por los dioses regresan, convertidos en paladines semidivinos, tocados por la mano de
Por eso el retorno de los mineros de Copiapó es milagroso. Y aunque su mala ventura se haya visto provocada por las pésimas condiciones de seguridad en que realizan su trabajo titánico, su rescate se ha revestido de todas las características y componentes de un milagro. Una epopeya, eso sí, transmitida vía satélite a los vientos planetarios, mediante el sustituto contemporáneo de la narración pública de los rapsodas, de los libros impresos en que se propagaban antaño tales gestas. En el relato de estos dos meses largos se han empleado todos los tópicos del género, desde el panegírico del carácter resuelto de los protagonistas a las cuitas de los que, en la tierra de los mortales, velaban por ellos, como si las llanuras peladas de Atacama hubieran sustituido a la casa de Penélope y sus pretendientes, o fueran la nueva patria de Jasón y sus argonautas. Incluso ha habido interpretaciones cabalísticas de los números del rescate: 33 mineros, 33 días de perforación de la máquina salvadora... Todo en esta historia es sabido. Por eso nos gusta tanto.
Los mineros de Chile han devuelto al mundo, por unos días, la vieja y rutilante presencia de los héroes antiguos, sin mácula ni doblez. Ahora tan sólo queda temer su marchitamiento progresivo, que llenará páginas, pantallas y hasta salas de cine con las versiones degradadas de un relato mil y una veces contado que nunca pasa de moda.
Luis Grau Lobo
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