(Publicado en El Mundo de León, el 29 de agosto de 2010)
Lancia tiene mala suerte. La tuvo en su momento de gloria histórica cuando, como su capital cismontana, congregó a los astures hostigados por una Roma ansiosa del oro de sus montes, y la traición de los vecinos brigaecinos, en un comportamiento común entre pueblos malavenidos para lograr un trato de favor por parte del invasor imperial, propició que fuera tomada por Carisio veinticinco años antes del cambio de Era. La tuvo cuando fue abandonada finalmente, excepto por algún anacoreta esporádico, al término de la era imperial, por emplazamientos en el valle, y su localización y vestigios se hurtaron a la historia hasta fecha reciente, espoleando hipótesis diversas sobre su situación y un cierto engrandecimiento de una imagen arcana, amparada en esas brumas.
Y volvió a tenerla también cuando se convirtió en uno de los primeros yacimientos excavados arqueológicamente en nuestra provincia, con esa arqueología avant la lettre del siglo XIX, por Ricardo Velázquez Bosco, un excelente arquitecto imbuido de historicismo e interés patrimonial, y casi de inmediato una revolución, la Gloriosa de 1868, cercenó indirectamente sus perspectivas de convertirse en yacimiento de referencia para los estudios romanos peninsulares. Una crónica fatídica que se repetiría con las indagaciones de los años cincuenta del pasado siglo (tras otro episodio efímero en los años veinte), cuando Jordá volvió a ella y publicó sus hallazgos en 1962, componiendo el primer número de la serie científica "Excavaciones arqueológicas en España", quizás la publicación periódica más prestigiosa del mundillo arqueológico español. Un espejismo. Pues aunque en los setenta Eladio Isla o García Merino hundieron su pico en esas soledades para rastrear algo de certeza en las fábulas, Lancia volvió con terquedad al sigilo y la furia de las piquetas clandestinas, el chirrido de los avariciosos detectores de metales y la apatía institucional, mientras, quizás por ello, calaba su nombre en el imaginario colectivo.
Aquella arqueología episódica y menesterosa, sin embargo, estaba llamada a corregirse gracias a la Diputación provincial, propietaria de gran parte de su extensión en el cerro que domina la zona, con el plan de excavaciones que, al albur de presupuestos siempre movedizos, ha dado al fin continuidad a la investigación en la última década larga. Pero no. La mala fortuna de la ciudad astur-romana parece llamada a perpetuarse. Para mayor celebración de la herencia cultural en este año de celebraciones conmemorativas, Lancia está convocada a una nueva amputación, esta vez en su periferia, tan mal conocida como descalabrada, al albur de una autovía que se diría la ronda por antojo.
Pese a todo, no es Lancia un caso aislado, ni tiene que ver con ninguna de las perfidias pucelanas que el leonesismo doliente requiere para su alentamiento. La arqueología, el papel del pasado histórico en el presente, ofrece a menudo estas disyuntivas. También Numancia, aún siendo Numancia, ha sufrido y sufre en estos días un acoso digno de Escipión por parte de quienes no entienden más lenguaje que el de las chequeras. O
En fin. Cuarto de siglo antes de la Era, el
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