(Publicado en El Mundo de León, el 4 de julio de 2010).
La recesión que vivimos ha puesto en solfa gran parte de las inversiones en eventos culturales, muchos de los cuales tienen o requieren a nuestros museos como escenario de postín. Sin embargo, pudiera convertirse en una ventaja este acabose de tanta algarabía mediática para exposiciones y saraos de mediocre planteamiento y escasa repercusión cultural (aunque eso sí, mucho gasto, pompa y asesor), teniendo en cuenta que, además, ello robustece las propuestas verdaderamente interesantes. Es el caso de la que este verano nos propone el Museo del Prado, Turner y los maestros, recién inaugurada.
J.M.W. Turner (Londres, 1775-1851) es recordado por la historia del arte y el favor popular como el pintor de los paisajes audaces, de las marinas etéreas y violentas, de los eléctricos gestos atmosféricos en una naturaleza captada con toda su elocuente libertad y fugacidad. Sus crepúsculos o sus tormentas, que es fama incluso tomó del natural atándose a un mástil para vivirlas como un moderno Ulises de corte romántico, han sido tenidos por gestos libérrimos que, por su misma modernidad sin hipotecas, abrirían paso a futuros lances en el terreno de la descomposición de la forma, llámense impresionismo, abstracción, expresionismo, etc.
Pero resulta que Turner fue un académico, gustoso de serlo desde muy tierna edad (24 años), que recurrió una y mil veces al magisterio de los maestros de la pintura barroca para recrearlos y convocarlos a través de su voraz paleta, de nuevo, a las salas de exposición en que se cocía el arte británico de la época romántica. La asimilación mediante viajes o por la visita a colecciones nobiliares, de las obras de los venecianos (de Tiziano a Canaletto), los holandeses (Rembrandt) y en especial de los paisajistas galos (Claudio de Lorena o Poussin) con quienes, entre otros, se enfrenta en esta exhibición madrileña, no resta mérito al que parecía paradigma de un arte rebelde, sino que agranda su figura enraizándola firmemente en la historia de la pintura europea.
En sus cuadros se diría que la naturaleza domeñada y bucólica que se acomoda para una representación teatral en los paisajes del clasicismo francés, se ha transformado en actriz protagonista, en el genio intérprete y espontáneo de
Gran parte de la producción de Turner, que legó a su país, ocupa la intimidad colorista de
Luis Grau Lobo
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