(Textos publicados en el especial "Extra Reino de León" de El Mundo de León con ocasión de la visita de los Reyes el 4 de mayo de 2010)
Reino de León: a la sombra del ciprés.
Con la llegada al trono de García I en 910 los historiadores han consensuado el inicio de la trayectoria histórica del llamado a ser el reino más notable de la cristiandad hispana durante la alta Edad Media, los siglos de plenitud del románico, del Camino de Santiago o de la expansión repobladora en ambas Mesetas, por citar hitos mayores. El de León es un dominio ya entonces extenso, y más que habría de serlo, pese a las escisiones de Castilla y Portugal, condados levantiscos que alcanzarían su independencia y amenazarían con estrangular el avance al mediodía de los leoneses, pues sus límites se inician en las costas del finis terrae atlántico y alcanzarán la extremadura leonesa, luego Extremadura por antonomasia.
Su vividura no fue, empero, plácida, marcada como estaba la monarquía por tumultuosas sucesiones y divisiones fratricidas y por la difícil tutela de tan vastos territorios con tan apuradas y atomizadas estructuras de poder. Así sucedió que la dinastía asturleonesa sucumbió a manos de un rey navarro, Fernando I, que acabaría por protagonizar el auge de lo leonés; que los panegiristas castellanos nunca perdonarían la felonía de Dolfos en los muros de Zamora; que el rey leonés fue excomulgado por ser el único en no acudir a las Navas de Tolosa; o que, a la postre, otra guerra concluyera anexionando León a su antigua hijuela castellana, por poner algunos ejemplos. Y como la historia acaba por escribirla quien la gana, finalmente León quedó como un viejo reino cuando en realidad quizás se quiere decir un reino viejo.
Pero, eso sí, León siempre fue la ciudad dilecta de este período: su soberbia aunque descalabrada muralla de traza romana y pedigrí legionario, su prosapia visigótica alentada por la mozarabía exiliada de Al-Andalus que veía en los monarcas astur-leoneses la continuación de la casa goda y, con ello, legitimidad para una re-conquista, su identificación espiritual y monumental con el imperium... todo ello hizo de la vieja legio la metrópoli estratégica e ideológica de los tiempos más duros de la lucha contra el islam hispano y aún contra los demás reinos, en busca de un equilibrio de poder que nunca existió.
La titulación de los reyes hispanos o la compostura del escudo español siempre reflejaron esa alcurnia de lo leonés, pero tal resonancia casi nunca significó, a partir sobre todo del siglo XII, una prerrogativa política o un papel destacado que jugar en un país para el que este territorio se ensimismaba poco a poco en el lugar donde cabe dar lustre a las raíces más copetudas, como las de aquel Quijano que fuera caballero andante. Poco más. De ahí, quién sabe, su celo reivindicativo actual, y de ahí, en la versión más aquilatada de lo leonés, su resignada socarronería de siempre, decantada por siglos de perspectiva sobre la historia, esa meretriz.
Hay Cortes en León con (casi) todos
1188 fue un año clave para el reino leonés; annus mirabilis et horribilis a un tiempo, según se mire. En enero, el rey Fernando ha fallecido en Benavente, pero aún no pueden darse vivas al nuevo rey en voz demasiado alta. Ha muerto el soberano que garantizó el predominio del imperium leonés, tras la desunción de los reinos en 1157. El rey cuyo afán repoblador y edificatorio ha despejado un lugar para el reino de León en la expansión hacia el sur, frente a sus briosos vecinos, castellano y portugués. Su hijo Alfonso (el IX), bisoño no sólo de edad, sino también de estatus, dentro y fuera del reino, debe resolver dudas sobre su legitimidad sucesoria y la humillación a que le somete el rey Alfonso VIII de Castilla en Carrión de los Condes. La posición de partida del leonés es aventurada y, tal vez por eso, una de sus primeras resoluciones es la convocatoria de cortes en León. En ellas, por vez primera, el estado llano tendrá voz, pues algunos burgueses representantes del ámbito económicamente más activo, las ciudades, fueron invitados a apuntalar un reino en apuros. ¿Les suena la coyuntura? Como en toda crisis que se precie, las cortes de León son, más que una conquista de derechos, una oportunidad para renegociar los términos una relación: si me necesitas, he aquí mi precio. Aunque, claro, sigue sin pintar nada la gran mayoría de las gentes que pueblan el reino. 1188 también es la fecha en la que Mateo firma el Pórtico de la Gloria de la catedral compostelana, la obra maestra de un arte, el románico, que da sus últimas y espléndidas bocanadas. Las cortes leonesas, y las benaventanas de 1202, serán algo similar respecto a un reino que también parece consumirse en un rutilante crepúsculo.
Crónica (a medias) de un centenario muy anunciado
En León -no podía ser de otro modo- hay insatisfacción por el centenariazo. No contenta a nadie, por escaso, por impropio, por precario, por abarullado. Los leonesistas porque Castilla (sea lo que sea eso) lo monopoliza, lo minimiza y lo desfigura. Los políticos porque oscilan entre el codazo cuando hay foto (pobres costados amoratados) y el echarse la culpa unos a otros por las pocas que de momento hay. Y la parroquia en general, porque lo único que sabe del evento, casi mediado ya, son los cartelitos que han pegado en todos los bares del Húmedo.
León tiene mala suerte. Lo cierto es que se viene hablando de la efeméride hace tanto tiempo que uno diría que la celebración ya tuvo lugar, aunque nadie se enteró, y que ya aburre, y es mejor pasar a otra cosa más productiva e interesante cuanto antes. Había quien tenía ilusión por el asunto. No en vano, territorios históricos de similar enjundia ya hicieron lo propio con previsión y éxito, como Cataluña o Navarra, y hasta Galicia nos "robó" al último rey leones, Alfonso IX, en una excelente exposición hace dos años. Pero he aquí que, aparte de mucho anunciarse y poco más, llegó la crisis, con ella los recortes y la imprevisión no pudo, como suele, disimularse talonario en ristre.
Puede decirse que a la conmemoración le han faltado varias cosas que, a trancas y barrancas y a la carrera, se intentan remediar, veremos si con tino. Le ha faltado programación con largo recorrido, quizás porque se empezó a trabajar a finales del año anterior después de haberlo aireado a todo trapo desde hace un lustro. Le ha faltado coherencia, pues el cajón de sastre de los actos convocados confunde churras y merinas, metiendo en el mismo saco actividades que nada tenían que ver o que no lo tienen. Y le falta trascendencia fuera de la región (e incluso fuera de León, ¿esta vez sí, solo?).
También sobran. Sobran políticos e instituciones representadas, o si no sobran y lo que pueden hacer es esto... en fin, vean el listado y asómbrense. Sobran encomio y cronicones (y hasta alguna astracanada), en exaltación de la Edad Media como una Arcadia de cercanías, y falta, en consecuencia, una visión crítica y veraz de la historia que avance en su conocimiento y su divulgación, no en una vulgarización de historieta ilustrada.
Y falta, al fin, un sentido. ¿Para qué todo esto? Habitamos una programación cultural que funciona a base de "eventos", con la consiguiente eventualidad de sus propuestas, por eso la pregunta sigue siendo ¿qué será de León en el 2011?.
Luis Grau Lobo