(Publicado en El Mundo de León el 11 de abril de 2010).
El mundo, o al menos la parte del mundo que aparece en la televisión y que tiende a convertirse en todo el mundo, ya no se manifiesta a través de una señal analógica, como solía. Nuestros receptores ya no registrarán más aquellas precipitaciones de ventisca o niebla durante las interferencias y fallos técnicos. Esa "climatología" adversa ya no tendrá visos de fatalismo ajeno o domiciliario -¿será "de ellos"?-, ni parecerá natural y meteórica. Perdida la analogía, la emisión digital cuando falla se transforma en una catalepsia descoyuntada y arcana, casi ontológica por irreal, compuesta de cuadraditos descompuestos, ridículos: se "pixela" la imagen, dicen los que entienden. Pero ¿esto era todo? No. El mundo también esta dejando de ser analógico para convertirse en digital. Y la televisión es tan sólo un paso más, de gran zancada.
Al principio el mundo se interpretaba gracias a los símbolos. La era simbólica se inició en los techos de Altamira hasta declinar en los últimos dos siglos, razón por la que las instituciones varadas en esa forma de pensamiento (las iglesias tradicionales en particular) no aportan nada interesante al avance del pensamiento. Después fuimos analógicos, y la ciencia ensayó una manera de comprender la realidad fundamentada en el estudio de las similitudes, de las formas comunes y las dispares. Pero el mundo ya no quiere representarse por analogía, por códigos que remitan a la capacidad metafórica de la mente humana, a la comparación lectiva y ejemplar; sino por números, dígitos, mediante la objetiva y fría oscilación de la matemática más escueta y universal, por la imperturbable lógica del hay o no hay. La naturaleza ha sido sustituida por su representación, por un doble virtual creado a su imagen, aunque no a su semejanza.
Pero tal vez la naturaleza suela jugar más en analógico que en digital. No sólo porque los acontecimientos se desarrollen en términos de progresión y regresión, de continuidad y, por tanto, de analogía; sino porque la comprensión del mundo por aproximación aún se antoja más rica y versátil que su representación binaria, digitalizada, virtual, falsa al fin. Una analogía es un estímulo hacia la capacidad de entendimiento, un acicate a la posibilidad siempre remota de comprender, de aprehender. Algo digital casi siempre simplifica, sintetiza un fenómeno más complejo para reducirlo a valores asumibles, cerrados, concretos. En ese sentido, quizás por su adolescencia, la digitalización se nos muestra aún como un empobrecimiento, muy acorde con la globalización, muy sintomático de ella. Así que cuando enciendan su televisor (su teléfono, su ordenador, su equipo de música, su vídeo cámara...) si es que pueden ver algo y la señal de Matadeón no ha dejado de resistirse al invasor, consideren que estamos cambiando no sólo de forma de ver la tele, sino de forma de ver y entender la realidad.
Quienes nos han vendido este cambio dicen, además, que la tecnología digital es más inmune al ruido de fondo y a las interferencias; que nos permitirá tener acceso a múltiples y nuevos "servicios" (pagaremos por todos ellos, incluso por los "gratuitos", no se preocupen). Pero también es más procesable, lo cual, aparte de una ventaja para el usuario, puede ser también un inconveniente, pues favorece otro tipo de interferencias, las voluntarias. Lo digital es un arma de control: sabrán qué vemos, cuándo, cómo... Lo sabrán todo de nosotros. Nos pixelarán. Porque el mundo ya no se manifiesta a través de una señal oscilante, fluyente, indómita si me apuran, sino a través de una serie de paquetitos muy bien envueltos y escuadrados lanzados por un cable de forma muy ordenada, gracias, en resumen, a la infinita combinatoria del cero y el uno, del sí y el no, del blanco y el negro. El mundo se está haciendo maniqueo. Más aún.
Y hablando de otra cosa. Este periódico, que se resiste a la era digital papeleándose un lugar sólido y fidedigno en las hemerotecas de siempre, cumple estos días dos años, que no es nada, pero ya es mucho: felicidades.
Luis Grau Lobo
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