(Publicado en El Mundo de León el 28 de marzo de 2010)
Con periodicidad recalcitrante, aparecen en prensa reivindicaciones para que bienes culturales custodiados en unos museos recalen en otros museos. Tales ocasiones suelen mezclar churras y merinas, de forma que el público no avisado acaba por obtener una visión superficial, cuando no folclórica o visceral, a la que cuesta menos acomodarse que salir en busca de mayores explicaciones.
Toda petición suele contar con legitimidad y argumentos, pero también los tiene la otra parte, así que, claro, todo estriba en hacia dónde oscile
Más allá se accede al resbaladizo terreno de las otras "devoluciones", campo vastísimo en el que se entremezclan estas reclamaciones con identidades territoriales y simbólicas, añejas o a estrenar, "agravios" históricos y, en fin, toda una caterva de conceptos de embarazosa precisión pero, en ocasiones, de un dogmatismo implacable.
Tal vez todo comenzó cuando Melina Mercuri, asistida por una razón más allá de razonamientos, solicitó los mármoles del Partenón que Lord Elgin había acarreado a Gran Bretaña poco antes de que existiera la Grecia moderna. Unas esculturas no muy apreciadas de aquella en Londres, juzgadas con los parámetros estéticos del arte griego conocido mediante copias romanas, y que hoy son el epicentro del Museo Británico, el menos británico de los museos. Esta es, sin duda, una causa justa, un empeño noble por muchos motivos, pero tanto éste como otros han dado carta blanca a muchos que no lo son tanto. Ni de lejos. Podríamos citar casos hasta el hastío, pues toda prima donna museística cuenta con pretendientes. De la Dama de Elche, vendida tras su hallazgo con la tierra aún removida; al Guernica, que nunca estuvo en Guernica y que, tras negárselo al Guggenheim, se disputaban la pasada semana el Prado y el Reina Sofía. Siempre se riñe por "deslocalizar" aquellas obras que confieren personalidad a un museo, aquellas sin cuya concurrencia un museo no sería lo que es. Poco se habla de la enorme masa de nuestro patrimonio que permanece en los almacenes de la mayoría de ellos y que sí pudiera trasegar de un museo a otro para encontrar el acomodo más propicio y un mejor cumplimiento de su función social. A menudo también, esas exigencias de "restitución" de patrimonio suelen protagonizarlas quienes apenas lo conocen o lo aprecian, ocupados como suelen estar con urgencias electorales y ajenas. Churras con merinas.
Y lo mismo se repite a escala local. Todas las provincias españolas cuentan con un museo provincial, que casi siempre no sólo es el más antiguo, sino también el más representativo, nutrido y con un punto de vista más amplio y general de cuantos museos hay en una provincia. Durante las últimas décadas estos museos viven en el ojo del huracán, cuestionados por tirios y troyanos que ven en ellos ocasión para sus muy diversas apetencias y demonizaciones. Cierto es que en esta época se ha producido una tendencia centrífuga respecto al Patrimonio, por efecto quizás pendular e histórico, respecto a lo sucedido durante más de un siglo en que no existían más museos en las provincias que los provinciales. Ahora hay muchos museos, y todos ellos intentan hacerse un hueco en el panorama cultural (y/o turístico) del territorio. Pero en esta descentralización un Museo provincial garantiza que los bienes culturales lleguen a esos nuevos proyectos museísticos en las mejores condiciones. No está para negarlos, sino para transmitirlos con la responsabilidad exigible a
Luis Grau Lobo
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