(Publicado en El Mundo de León el 14 de marzo de 2010)
Hubo un tiempo en que el interés cultural era ante todo cultural. Con ese horizonte se redactó la excelente ley de patrimonio histórico español en 1985 y así se reprodujo ésta en las numerosas hijuelas que, por nuestro doquier autonómico, ha desperdigado el furor normativo hispánico, el de un país entregado a la redacción de leyes ya que no tanto a su espíritu y observancia.
Entre las herramientas de que se dotó la Administración para la protección de esos valores, la categoría de Bien de Interés Cultural (BIC) sin duda supone la mayor consideración, de forma que tal figura de protección debe blindar no sólo la existencia del objeto, sino su misma esencia y su contexto, un conjunto de méritos y caracteres que le confieren singularidad más allá de su propia sustancia. Lo que quedaba claro, por tanto, era el bien cultural y, por añadidura, cabía definir el interés que éste ofrecía a la sociedad, un interés que, si bien se entendía general, universal, irrenunciable e inalienable, también se encontraba falto de concreción. Aunque eso no importase. De momento.
Con el paso del tiempo empezaron a oírse voces que defendían la protección y conservación de determinados bienes culturales en función de otras consideraciones: los recursos económicos con que se contara, la relevancia que tuvieran en relación a los demás, el uso práctico a que se destinaran, etc., casi siempre excusas que justificaban, y aún lo hacen con frecuencia, atropellos y olvidos. El bien había dejado de tener Interés para soportar múltiples intereses.
Y, entre esos intereses, cómo no, la política, la lucha partidista. La cultura, y los bienes patrimoniales se han convertido en casus belli y batallas que unas veces derivan en armisticios que amparan el bien hasta la próxima escaramuza, pero otras ponen en tela de juicio su sostén en relación con motivaciones espurias. Casos hay muchos. Hace poco el subsuelo arqueológico de Murcia era defendido por sus habitantes de la destrucción y, hace menos, el gobierno de España tenía que intervenir para salvaguardar el barrio de El Cabanyal en Valencia ante la voracidad inmobiliaria de su ayuntamiento y gobierno autonómico, empeñados en estirar el pelotazo edificatorio costero.
Hasta se ha llegado al estrambote cuando la presidenta de la Comunidad de Madrid ha cruzado una delgada línea roja, solicitando ese amparo legal para la fiesta taurina. ¿Habrá quien reclame declarar Bien de Interés Cultural a
En León, para no ser menos, hemos abierto el programa de celebraciones del 2010 procediendo al solemne derribo de un Bien de Interés Cultural. Pero aparte de lo penoso de este caso y de sus futuras repercusiones e implicaciones, que se verán con el tiempo (esperemos), me gustaría comentar dos asuntos marginales pero muy significativos. Ambos tienen que ver con el silencio. Desde que el pasado 12 de febrero este periódico diera la noticia, ningún otro se refirió a ella hasta diez días después, cuando su silencio era tan estridente que, quizás, no podía mantenerse más. Desde entonces la noticia ha aparecido de soslayo, casi clandestina. ¿Por qué? ¿Qué motivos tuvieron otros diarios locales, televisiones y radios, para no tratar una de las noticias más graves relacionadas con la cultura que han sucedido en León?
Y, por otro lado, en estos días hemos conocido que el arrasamiento de la Casona de Puebla de Lillo se produjo a mediados del mes de octubre, sin que, hasta la publicación de la noticia en la fecha citada, se diera la voz de alarma. Los ciudadanos, los vecinos de Puebla, afirman que creían que la operación de derribo estaba autorizada por Patrimonio, pero ¿y si así hubiera sido? ¿No sería igualmente un atropello? ¿No tendría que haberse puesto en pie de guerra su ciudadanía para evitarlo o denunciarlo ante quien fuera? Quizás estamos dejando demasiadas cosas en manos de otros.
Da la impresión de que si no hubiera sido por una suerte de casualidad, quizás habríamos tardado en saber de este desmán tanto como hubiera sido de interés para quienes lo cometieron o lo consintieron. "Interés cultural"... habrá que escoger: o lo uno o lo otro.
Luis Grau Lobo
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