San Isidoro, las cortes leonesas y el gatopardo

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(Publicado el El Mundo de León el 26 de febrero de 2010, aunque no pertenece a la serie Fuera de lugar)

 

Pocos edificios tan notorios y por descubrir como San Isidoro de León. Modélica arquitectura europea con destellos de filiación andalusí, complejo áulico y cultual de la monarquía leonesa en su época de máximo predicamento, capilla sixtina de la pintura románica, soberbia concurrencia de artistas y promotores, palimpsesto de construcciones, la Real Basílica se debate entre el tópico y el ditirambo, entre la densidad de su historia y la bruma que emana de su monumentalidad.

En su encarnadura actual conviven todas las épocas históricas del viejo León, pivotando sobre el hito románico que señala su epicentro y excelencia. La esquina noroeste del vetusto campamento de la legio VII gemina quizás ya fuera solar de un templo o culto a las aguas salutíferas, o a las ninfas, cuando fue cristianizado para dedicarlo al Bautista, en la temprana Edad Media. Poco después, los restos del mártir cordobés Pelayo se añadirían a su advocación, y Alfonso V, al filo del milenio, establecería aquí el panteón de su dinastía a los pies de un templo que fuera entonces de "barro y ladrillo" según las crónicas. Una iglesia que Fernando I, el rey navarro verdugo de otro monarca leonés, relanzó con ocasión del programa de reconciliación que hacía de esta capital sede de su vasto dominio y emblema de su legitimidad recompuesta. Para ello logró en Al-Andalus las reliquias del docto hispalense Isidoro, famoso en todo Occidente, en 1063, y para ello emprendió un complejo programa de edificaciones y patrocinio artístico que convirtieron esta ciudad en crisol y eje del arte europeo por primera y única vez. Arquitectura, escultura, pintura mural y libresca, orfebrería, eboraria... El "tesoro" isidoriano parece no tener límites en esta etapa deslumbrante.

Más tarde las cosas decayeron. Era difícil que no lo hicieran después de tan altas cotas. Pero no lo hicieron con mediocridad, pues en San Isidoro, el último gótico de su ábside central o su librería, el renacimiento de su retablo mayor o su escalera, el barroco de su claustro, el clasicismo de su patio monástico, refrendan que quien tuvo retuvo. Y es que, en León, además, San Isidoro fue siempre el contrapeso de la catedral, el "otro poder" eclesiástico en una plaza de curas y frailes, que se alzaba con el orgullo de una autenticidad y temperamento cuya vitola pareció confirmar con el tiempo el muy distinto destino de los dos monumentos estelares de la ciudad.

Y para muestra, el mismo año que el Maestro Mateo firmaba la conclusión del Pórtico de la Gloria, 1188, el recién entronizado Alfonso IX, último soberano del Reino de León, reunía cortes en la capital, y lo hacía en San Isidoro. Era algo común en la política regia solicitar consejo y auxilio de los estamentos de poder para deliberar sobre el devenir del reino y, más usualmente, para lograr subsidios con los que mantenerlo. Y más en esta ocasión, en plena pugna con todos sus vecinos, cristianos o no; con un rey adolescente, bisoño y débil, apenas afirmado sobre un trono en bancarrota. Así es que, cuando el rey llamaba era porque algo quería. Y algo tenía que dar a cambio: en general recortes de su poder y regulaciones que pretendían ofrecer seguridad en un entorno sometido a constantes arbitrariedades. Y en este tira y afloja sucedió que estas cortes isidorianas tuvieron algo de especial: por vez primera (síntoma de lo crítico de la coyuntura) se convocó a un nuevo estamento, a una clase social apartada de las decisiones históricas: el pueblo. O más concretamente, a los ciudadanos, aquella parte del pueblo que tenía un papel económico que jugar, ya que, no en vano, el auge urbano fomentado por la seguridad de los caminos, las oportunidades de prosperar y la afluencia de extranjeros (los "francos") versados en múltiples oficios y beneficios, daba sentido a la expresión de que "el aire de la ciudad hace a los hombres libres", en contraposición a la rígida estructura del sistema feudal en el ámbito campesino. No sería, a partir de este momento, tan extraño ver a los representantes de las ciudades en las citas cortesanas europeas, habida cuenta de su emergente papel en economías tan rudimentariamente "burguesas"; pero ésta fue, insistimos, la primera ocasión.

De ahí a etiquetarla como cuna del parlamentarismo moderno hay, sobre todo, apología de cronicones modernos y provechosa licencia para efemérides de postín. O sea, otro asunto entre el panegírico y el lugar común. Pese a todo, bienvenido sea el gesto para mayor reputación de quien la tiene sobrada y para evocación de una fecha en la que el poder tuvo que ceder un ápice de su naturaleza para sostenerse un poco mejor, tuvo que cambiar un poco para que todo siguiera igual.

 

Luis Grau Lobo

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