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(Publicado en El Mundo de León, el 7 de junio de 2009)

 

Hoy tenemos elecciones continentales. Y más allá de que la Unión europea se parezca más a una especie de cártel, con pacto de no agresión incluido (que ya con eso está justificada), el quid reside, según dicen, en evitar que la desilusión y las pésimas coyunturas económicas conduzcan a una abstención masiva que acabe deslegitimando los resultados.

No es de extrañar tal perspectiva. Durante la mayor parte de la historia occidental la actividad política ha sido cosa de pocos y escogidos. Sáquense de donde se saquen los supuestos "precedentes" de la democracia, lo cierto es que ni la ateniense antigua ni algunas cortes medievales (léase también leonesas, claro) ni nada que se le parezca tiene que ver con un sistema medianamente homologable en términos democráticos actuales, más de lo que pudiera parecerse la monarquía absoluta a la actual parlamentaria. En el nombre, vaya.

La entrada de todos los ciudadanos en la política se produjo de forma paulatina a lo largo de los siglos XIX y XX, mientras se iban fraguando ideas tan fundamentales como los principios de igualdad de derechos y ante la ley o el de representatividad y elección. Primero fueron los burgueses, quienes habían tomado el poder en La Bastilla, más tarde los descamisados, las mujeres, las pieles no blancas... Ha sido un largo camino y aún no ha concluido, la inmensa mayoría de la humanidad no disfruta ya no de democracia, sino de los derechos básicos que ésta debe conllevar, defender y avalar. Además, la democracia, con ser el menos malo de los sistemas políticos, es el único que garantiza la protección de las minorías, de todas ellas.

En los años sesenta hubo intentos por hacer de la política un patrimonio común, popular, universal, más allá de la profesionalización que ya entonces malograba buena parte de sus iniciativas más nobles. Sin embargo, instalados ahora en tiempos de "políticas empresariales" y "filosofías financieras", situados más allá de las decisiones, programas y hasta de la ideología de los partidos, convertido el Estado en aval y prestamista a bajo interés de quienes lo secuestraron, las grandes multinacionales; los políticos se han convertido, dilapidando el lógico entusiasmo con que fueron acogidos después de la Transición, en dedos índices de votar, cuando no en meros transmisores de consignas, lemas publicitarios y palabrería barata. Lejos parecen los tiempos de los grandes hombres de estado y pensadores, que, pese a sus miserias privadas, capitalizaron las expectativas de una generación. La transformación de los políticos en una especie de castas que vegetan y se reproducen en el interior de los partidos como en invernaderos donde se trepa a base de oscuros designios, de torvas decisiones, es la imagen que prevalece, la triste imagen de una segregación, de un alejamiento, de un camino que conduce al desprecio, a la abstención.

Y es verdad que es una lástima que los políticos quieran apropiarse de la política, hasta el extremo de negar el pan y la sal a quien se manifiesta en este terreno fuera del amparo de un partido político reconocido inter pares. Y es una pena que estemos lejos de aquella máxima del gobierno de los más capaces, viendo como vemos muchos cargos políticos repartidos entre gente mediocre cuyo único mérito es haber aguantado lo que otros no toleraron, haber hecho de su albedrío un producto venal. Y es una lástima que cualquier chiquilicuatre se crea avalado personalmente por las urnas, refrendado por ciudadanos libres, por el mero hecho de figurar en unas listas bajo la sombra de unas siglas conocidas que cree patente de corso. Y es lastimoso que escándalos, corruptelas y trapicheos estén a la orden del día como consecuencia natural de un contacto pútrido con el poder, un poder que se pretende sancionador, pero que sólo es delegado, vicario, fugaz. Y es de lamentar que haya quien cree canonjía los cargos, quien apetece suyo lo que es de todos, quien en lugar de administrar el bien común busca el propio. Es una pena, en fin, que nuestro voto, a veces, desemboque en tales lodazales.

Pero aún así, voten. Me lo repito a mí mismo en todas las ocasiones. Es una prerrogativa que ha costado mucho tiempo, muchas vidas, mucho tesón; que muy pocos disfrutan. Es un derecho y un privilegio. Voten ustedes, entre otras cosas para poder desahogarse como lo acabo de hacer. Aunque la verdad es que también sea una lástima que no se presente Guardiola.

Luis Grau Lobo

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