Ordenar el ordenador

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(Publicado en El Mundo de León, el 24 de mayo de 2009)

 

Hace un tiempo se promocionó a san Isidoro como patrón de Internet y, aunque no sé si la iniciativa cuajó o se hizo oficial (poco me importa, además, el desenlace de ese asunto, la verdad), quizás sí interese reflexionar sobre algunos motivos que pudieran estar detrás de dicha relación.

A finales del primer tercio del siglo VII, el sabio de Cartagena, conocido de los leoneses por el traslado de sus restos a nuestra basílica románica siglos después, compiló de forma pre-enciclopédica lo que entonces se conocía del saber de la Antigüedad clásica. Ese gran libro, referencia inexcusable de ulteriores enseñanzas a lo largo de la Edad Media, recibió el título de "Etimologías", pues no otra era su misión sino poner el significado de las palabras al servicio del conocimiento, salvaguardando, de paso, el sentido que éstas habían tenido (o el que Isidoro creyó que tuvieron) en los siglos anteriores, de tal manera que ellas podían encerrar y llegar a reconstruir un discurso, una argumentación, un logos, que se creía desaparecido irremisiblemente, al igual que la mayoría de los tratados literarios y filosóficos de los antiguos. Los veinte libros de la gran obra isidoriana se convertían así en una especie de inventario del desastre, de rescate apurado y menesteroso del descomunal naufragio de la cultura de la Antigüedad, cuyas escasas y codiciadas preseas eran arrastradas a las playas de la "edad oscura" en que vivió el obispo hispalense. Comenzaba también en esta "edad media", sita entre dos "edades de oro" según los humanistas del Renacimiento, un tipo de saber basado en la autoridad -la "Auctoritas"-, la cita probatoria que pretendía dar carta de naturaleza a un discurso mediante el uso a su favor de una frase suelta, un vocablo, un texto descontextualizado pero imbuido de un pedigrí hermético. Aún hoy se sigue este proceder. Hasta Tomás de Aquino, y aún más allá, la filosofía fue un rompecabezas sin la mayoría de las piezas, una intuición timorata de libros perdidos, creídos siempre superiores. Alzados a hombros de supuestos gigantes, muchos pensadores miraron sólo hacia sus pies.

Hoy en día, enredados y digitalizados en Internet, estamos camino de prescindir de la misma manera del discurso, de ese espacio inteligible y lógico (ese logos) que nos permite argumentar, razonar, debatir, de esa herramienta que tanto costó recuperar durante siglos de humanismo e ilustración modernos. Hoy día, al hilo del pensamiento débil, único o globalizado y del conocimiento informático, las nociones se construyen (o se "deconstruyen") en fragmentos aleatorios, en aseveraciones fracturadas, en movimientos fraccionarios y compulsivos a la manera del click rítmico y quebrado del ratón del ordenador. Los resultados de las indagaciones son en muchos casos efecto instintivo y automático de una deriva personal, intransferible a la vez, consecuencia de las derrotas y rumbos que toman los azares del teclado y la hipertextualidad en la gran "enciclopedia" que está colgada de Internet como de un gran y revuelto tendedero.

El discurso racional y razonado no está de moda, ni en la política, sustituido por la consigna machacona, ni en los medios de comunicación, asaltados por el palabreo insulso o la dictadura de la audiencia y los lemas mercantiles. Saltamos de pantalla en pantalla, de web en web, atrapados por la fina tela de un arácnido nervioso y súbito, imprevisible y acrítico.

Pero no por las mismas razones que movieron a Isidoro nos hallamos en esta tierra de nadie. Pues si bien el naufragio de la razón antigua puede compararse al de la moderna, si aquella se ahogó por defecto, ésta lo hace por exceso. He aquí el quid: la red es sólo una metáfora de la polvareda, del ruido (y a veces de su furia), del atracón de información que colapsa nuestra capacidad de discernimiento. La información, ni contrastada ni veraz, sin criterio ni crítica, es un arma poderosa de desinformación, de deformación.

Así que, si para seleccionar, para navegar en el inmenso piélago de la red de redes, para no caer enredado fatalmente en ella, necesitamos esa brújula del pensamiento que consiste en su más alta conquista: la formación de una capacidad crítica; cuando cada escolar tenga su PC ¿quien gobernará o guiará tales timones?, ¿seguirán siendo los profesores el último y más débil eslabón (de quien tan pocos se ocupan en las reformas educativas) de la "modernización de la enseñanza"? ¿Seguiremos formando ciudadanos para dar un nuevo rumbo al país sin recordar que quien forma es quien enseña, y no sus herramientas? ¿Seguiremos en esta "edad oscura" alumbrados, como antaño lo estuvieron por velas, gracias solamente al brillo cerúleo de las pantallas de plasma?

Luis Grau Lobo

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