Psicotectura

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(Publicado en el Mundo de León, el 1 de junio de 2008)

 

Es bien sabido que, entre las "artes mayores" que dirían los griegos, la arquitectura (y su consecuencia a otra escala, el urbanismo) responde a un mayor protagonismo de la sociedad en su conformación, reacciona con más nitidez ante las circunstancias socio-históricas y, así mismo, ofrece singular interés para su consideración en términos sociológicos, como una creación vinculada en mayor medida a las manifestaciones formales, conscientes o inconscientes, del poder y sus ramificaciones. La forma, la estructura, la historia, la situación o las relaciones entre los edificios a menudo ofrecen sutiles y esclarecedoras interpretaciones de la sociedad que ordenó construirlos, de sus patrones y de sus anhelos más velados e inconfesables.

Sin embargo, que alguien asocie la mentalidad cartesiana de la tradición intelectual francesa al trazado ortogonal del París de Haussmann (y en reciprocidad haga lo propio con el galimatías urbanístico madrileño, por poner otro caso) no supone sino el arranque genérico de derroteros mentales más sugestivos a medida que se avanza por ellos. Existe incluso la posibilidad de actuar como un paseante jocoso que constatara e interpretase curiosas y a menudo no inocentes asociaciones entre ciertos edificios representativos, reveladoras ubicaciones o significativos cambios de uso. Unas observaciones que cabría tratar como una suerte de psicología de la arquitectura, de "psicotectura", podríamos decir (a no ser que Rodera proponga término mejor).

Veamos algún ejemplo cercano. El ayuntamiento leonés no sólo está frente a una de las entidades bancarias más conocidas del país (y no lejos del Banco de España, hoy vacío en otra fértil alegoría), sino que, a la manera de un acto fallido freudiano, tiene cobijo en la antigua sede de otra, la más leonesa (si tales entidades tuvieran patria), mostrando y demostrando que el consistorio se comporta cual otra entidad crediticia, que vive de los créditos, aunque en este caso de pedirlos, y, por ende, encerrado en ellos. La virulencia recaudadora del IBI que agolpa ciudadanos sufrientes a sus puertas en estos días quizás tenga que ver con el espíritu originario del edificio, que ha ocupado a quien lo ocupa. A la Diputación le pasa otro tanto, pero sólo a medias: parte de su bello palacio es ocultada por la misma Caja de Ahorros, aunque en este caso su vocación social y cultural haga menos pesante, menos abrumadora, la voluntad financiera de tan alargada sombra. La Junta, por su parte, está frente a la nada. Una nada hostil e incierta, pues iba a ser aparcamiento y jardín y se quedó a medias de ambas cosas, ni lo uno ni lo otro. Cercada por su propia vacuidad, su paquidérmica mole sólo sirve para ocultar lo que hay detrás: más nada.

Uno de los edificios leoneses más decidida y delicadamente metafísico es el Tanatorio de Eras de Renueva, destinado a desdramatizar el drama de la muerte, a despojar a los restos carnales de su cercanía y su tragedia mediante un ritual de descompresiones en límpidas cámaras estancas: entre el cristal blindado y las salas en penumbra apenas se dejan escuchar los susurros y el sigilo de pasos perdidos, temerosos. Se acalla la muerte como quien amputa una parte de la vida en la que no pensar, que desagrada por su mensaje último e inapelable y que se desactiva cual bomba de relojería. A pocos metros de este hipogeo mortuorio, un edificio tampoco muy diferente en su concepción última, está destinado a una operación similar respecto a los "cadáveres exquisitos" del arte actual: el Musac los "tanatoriza" (cuando no, más simple, los "tanatonta").

Y es que los museos son terreno abonado para las especulaciones entre el uso primero y el reciclado arquitectónico. Suelen alojarse en antiguos hospitales, vetustas cárceles o industrias desmanteladas, todo un síntoma de hacia dónde dirigimos la cultura. En ese sentido no es poca suerte que el Museo provincial resida desde hace poco tiempo en una antigua ferretería, signo profético de su destino actual como depósito -¿lúdico?- del material de culturas pasadas, un bazar de productos consumidos al ritmo de otras rebajas.

Otras asociaciones, reveladoras o festivas, podrían seguir a éstas: fútbol y toros a uno y otro lado de nuestro casi río; la existencia de un Polígono X (léase equis, no diez, por supuesto) del que no se sabe cuando se entra o se sale, o el acoso que viviendas y hoteles hacen a un enorme centro comercial en la Chantría, para lograr vistas al paredón de un edificio que, como casi todos ellos, carece de ventanas, ensimismado y voraz.

Que una enfática e internacional Feria del libro se haya celebrado en los bajos de un estadio de fútbol de lujo ocupado por un equipo condenado a perpetuidad en la segunda división B podría ser la frase inicial de un cuento de humor negro o un poema de Tristán Tzara, pero como podemos suponer a estas alturas, la realidad se mofa de la ficción y del absurdo, por superación.

En Madrid, que por algo aún es la capital del Reino, este tipo de relaciones simbólicas se tornan reveladoras de un orden de cosas más global. En la plaza de la Cibeles, sin ir muy lejos, se trenza una constelación de sentidos, pues si frente al Banco de España (este sí, repleto) está el Cuartel del Ejército; del otro lado, frente al Palacio de Telecomunicaciones se alza el escenario de otras comunicaciones, las psicofónicas del palacio de Linares. No muchos metros más allá, al fin, el Museo del Prado planta su figura horizontal frente al sórdido mazacote de un ministerio cuyo título alcanza categoría de dilema: Sanidad y Consumo. Pues bien, así se resume este duelo. Cultura: sanidad o consumo. Ustedes deciden.

Luis Grau Lobo

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