(Publicado en El Mundo de León, el 15 de junio de 2008)
Estos días León se vistió de romano para celebrar la fundación de una legión cuyo asentamiento castrense, con el paso de los siglos, daría origen a
No se ha aprovechado casi nunca para que esos gastos y fastos alumbren infraestructuras que permanezcan, hagan del gasto inversión y de la oportunidad, provecho. No se suele aprovechar para que esos presupuestos cimienten conocimiento, cultura en fin. En un país con graves deficiencias educativas seguimos invirtiendo sobre todo en la promoción de un tipo de cultura que oscila entre la pedantería intelectual y la banalidad, y que ofrece (cuando los ofrece) discursos alambicados y minúsculos, relegando la construcción y la comprensión de ese gran relato que nos interesa a todos, y que permite insertar y comprender esos otros de menor rango, a la esfera de una cada vez más menesterosa e ignorada "enseñanza media".
Por su parte, el negocio del ocio, el auténtico resorte que mueve estos "eventos culturales", usa y abusa de los tópicos y tipismos de una historia rancia y estéril cuyo único mérito es que no requiere explicación, porque no siembra dudas. Pero el empleo de tales lugares comunes no responde tanto a la desinformación o la carencia de estudios históricos como a la mayor facilidad de manejo, de manipulación, que ofrece lo trivial. Estos platos precocinados, resultan más fáciles de masticar, aunque otra cosa sea su digestión y sus efectos futuros, como sucede con la comida rápida (o basura). Y, con su tipismo simplón y maniqueo, sin sutilezas, sin escalas de grises, suplantan a un discurso trabado, dialéctico, que permitiera entender, no sólo atender con la mirada prendida del lugar hacia donde apunta el dedo.
La historia se torna una serie de fotos fijas, postales o imágenes de marca aplicadas a cada sitio o territorio según sus apetencias y "perfiles" turísticos. Y se perpetúan los estereotipos: el castillo de Ponferrada es siempre templario, la herrería de Compludo visigoda o las minas romanas de Las Médulas fueron explotadas por esclavos a golpe de látigo, aunque tales afirmaciones hayan sido desmanteladas por la ciencia histórica tiempo atrás. Como sucedía con la promoción turística que el régimen franquista hiciera con la imagen de España, adobada de sol, paella, mantilla o capote, los tipismos ahora atomizados y "tuneados", estructuran el discurso del llamado turismo cultural ofreciendo las mismas ruedas de molino a lo largo y ancho del país, aunque en apariencia pretendan resaltar diferencias identitarias que, al rascar en busca del premio, se desvanecen.
Se elude así la comprensión de los procesos, de las pugnas históricas y sus consecuencias para evitar el cuestionamiento del propio presente, la gran lección de
De hecho hay quien afirma (y no faltan datos que lo avalen) que tenemos más instituciones y actos culturales que cultura propiamente dicha. ¿No resultará que, como sucedía con el traje nuevo del Emperador, nadie quiere reconocer que no hay traje para tanto trajín?.
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