Pasados de cultura

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(Publicado en El Mundo de León, el 15 de junio de 2008)

 

Estos días León se vistió de romano para celebrar la fundación de una legión cuyo asentamiento castrense, con el paso de los siglos, daría origen a la ciudad. El fin de semana pasado los romanos acampaban en las fiestas de Villaquilambre, y este verano se esperan nuevas romas y redivivos medioevos por los cuatro vientos provinciales. Y no sólo aquí. Estas mascaradas de época han prendido en el jolgorio popular organizado, lo cual no es preocupante, casi tanto como en la programación cultural institucional, lo que sí puede serlo. Desde hace más o menos tres lustros, expo de Sevilla arriba o abajo, las administraciones públicas, en su señalado papel de promotoras de la burbuja cultural oficial, han procedido a la organización de un evento tras otro, empeñadas en exaltar efemérides anuales y "magnas" conmemoraciones históricas. Tales centenariazos o aniversaritis crónica, proliferan hasta el hastío y ofrecen muy varia condición. En nuestra región, por ejemplo, hemos tenido desde el Tratado de Tordesillas -de ínfulas globalizadoras- a la muy decisiva llegada de Machado a Soria -¿le hubieran acusado de pederasta hoy día?- Sucede que mientras parte de nuestra arquitectura histórica se cae a pedazos levantamos exposiciones y pabellones efímeros (léase Zaragoza o cualquier otra), al tiempo que el patrimonio arqueológico se sepulta o destruye sacamos del desván las togas, o mientras las bibliotecas apenas tienen para libros, editamos lujosas naderías impresas que nutrirán todas y cada una de las papeleras de la región.

No se ha aprovechado casi nunca para que esos gastos y fastos alumbren infraestructuras que permanezcan, hagan del gasto inversión y de la oportunidad, provecho. No se suele aprovechar para que esos presupuestos cimienten conocimiento, cultura en fin. En un país con graves deficiencias educativas seguimos invirtiendo sobre todo en la promoción de un tipo de cultura que oscila entre la pedantería intelectual y la banalidad, y que ofrece (cuando los ofrece) discursos alambicados y minúsculos, relegando la construcción y la comprensión de ese gran relato que nos interesa a todos, y que permite insertar y comprender esos otros de menor rango, a la esfera de una cada vez más menesterosa e ignorada "enseñanza media".

Por su parte, el negocio del ocio, el auténtico resorte que mueve estos "eventos culturales", usa y abusa de los tópicos y tipismos de una historia rancia y estéril cuyo único mérito es que no requiere explicación, porque no siembra dudas. Pero el empleo de tales lugares comunes no responde tanto a la desinformación o la carencia de estudios históricos como a la mayor facilidad de manejo, de manipulación, que ofrece lo trivial. Estos platos precocinados, resultan más fáciles de masticar, aunque otra cosa sea su digestión y sus efectos futuros, como sucede con la comida rápida (o basura). Y, con su tipismo simplón y maniqueo, sin sutilezas, sin escalas de grises, suplantan a un discurso trabado, dialéctico, que permitiera entender, no sólo atender con la mirada prendida del lugar hacia donde apunta el dedo.

La historia se torna una serie de fotos fijas, postales o imágenes de marca aplicadas a cada sitio o territorio según sus apetencias y "perfiles" turísticos. Y se perpetúan los estereotipos: el castillo de Ponferrada es siempre templario, la herrería de Compludo visigoda o las minas romanas de Las Médulas fueron explotadas por esclavos a golpe de látigo, aunque tales afirmaciones hayan sido desmanteladas por la ciencia histórica tiempo atrás. Como sucedía con la promoción turística que el régimen franquista hiciera con la imagen de España, adobada de sol, paella, mantilla o capote, los tipismos ahora atomizados y "tuneados", estructuran el discurso del llamado turismo cultural ofreciendo las mismas ruedas de molino a lo largo y ancho del país, aunque en apariencia pretendan resaltar diferencias identitarias que, al rascar en busca del premio, se desvanecen.

Se elude así la comprensión de los procesos, de las pugnas históricas y sus consecuencias para evitar el cuestionamiento del propio presente, la gran lección de la historia. Es más sencillo y acomodaticio tomar asiento, pertrechado de esas palomitas mentales, a ver el happy ending que han horneado para todos nosotros. Previo pago de la butaca, claro está.

De hecho hay quien afirma (y no faltan datos que lo avalen) que tenemos más instituciones y actos culturales que cultura propiamente dicha. ¿No resultará que, como sucedía con el traje nuevo del Emperador, nadie quiere reconocer que no hay traje para tanto trajín?.

 

Luis Grau Lobo

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