La sombra de Ticiano

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(Publicado en El Mundo de León el 27 de septiembre de 2009)

 

Hay una historia del arte que puede confeccionarse a partir de las obras desaparecidas. Desde las seis maravillas del mundo antiguo que no conservamos hasta la ingente cantidad de cuadros, esculturas, edificios que han sucumbido en guerras y desastres naturales. Muchos de ellos son obras maestras sin las que nuestra cultura se empobrece irremediablemente. Algunos deben su desaparición al azar de los traslados y, en casos extraordinarios, a ese mismo azar deben una milagrosa recuperación, como sucedió con la "Caída camino del Calvario" (apodada "El pasmo de Sicilia") de Rafael, que cuelga en el Prado tras haber salido ileso de un naufragio en el Mediterráneo. Menos fortuna tuvo la primera versión del Entierro de Cristo que Felipe II comprara a Ticiano en 1557.

Pocos artistas han sido tan imitados y versionados como Tiziano Vecellio, castellanizado Ticiano (1477?-1576). Era éste un procedimiento habitual durante el barroco (una gran parte de los cuadros leoneses de ese momento son copias de los grandes maestros), cuando dicha práctica fue considerada el máximo reconocimiento, y cuando tampoco existía otra manera de conseguir una obra de prestigio que encargar su reproducción, lo más fehaciente posible, a un pintor local que remedara esquema e iconografía aunque no fuera capaz de hacerlo con pincelada y genio. Eran tiempos de propiedad intelectual menos sometida a SGAEs.

Convertido en pintor de los Habsburgo en la última fase de su longeva vida, la relación del veneciano con Felipe II constituye un capítulo aparte en la historia del arte occidental, puesta en paralelo por los tratadistas con la legendaria entre Alejandro y Apeles. La irradiación de su arte en la Monarquía Hispánica, por tanto, no tuvo parangón hasta Rubens, tanto por el moderno estilo "emborronado" y animoso de su pincelada como por la conocida capacidad de Ticiano para innovar iconográficamente. Todo ello hizo de sus lienzos en las colecciones españolas un semillero de experiencias pictóricas que, con mayor o menor fortuna, los nobles, a imagen del monarca, y los cabildos y monasterios, encargaron imitar a pintores locales, provocando un floreciente mercado de réplicas y versiones.

Uno de estos temas, el "Entierro de Cristo", recoge en la producción del pintor de Cadore la existencia de cuatro versiones de su mano, una de las cuales se perdió cuando viajaba hacia España en 1557, razón por la que el rey Felipe le reclamó otra (según carta de 1559), que hoy cuelga en el Museo del Prado tras haberlo hecho en El Escorial. Las otras dos están una también en el Prado y en el Louvre la más antigua. De todas ellas existen numerosas variantes y copias, algunas cercanas (de taller) y otras lejanas en el tiempo, incluso del siglo XIX, que se conservan desde Milán o Florencia a Cholula (México) o La Antigua (Guatemala), confirmando el gran ascendiente de la obra ticianesca a ambos lados del océano. Por otro lado, las copias locales del lienzo del Prado de 1559 son frecuentes en estos lares. Hay en la catedral palentina (datada en 1605), en la iglesia salmantina de San Martín, en la catedral de Segovia (capilla de los santos Cosme y Damián) y, más cerca aún de León, en el Hospital de la Piedad de Benavente, favorecido por los condes con algunos cuadros de gran mérito, publicados hace casi veinte años y restaurados después.

Esta semana la prensa local y alguna regional daba noticia del hallazgo de un nuevo cuadro en que puede reconocerse, pese a la suciedad y los desgarros de la tela, la conocida escena de ese "Entierro" en lo que según parece sería otra obra que añadir al catálogo de tales copias. Copias que no merecen ningún desprecio una vez situadas en su auténtico valor patrimonial. Fue descubierta hace más de una década en un desván (ese viejo tópico de la "serendipia") del Museo de la Semana Santa de Sahagún, pero sólo ahora, quizás al calor del "redescubrimiento" o readjudicación reciente de un velázquez en el Metropolitan de Nueva York, ha saltado a los periódicos con la fuerza de un nombre y la alargada sombra de su figura en la historia del arte: Ticiano.

Postscriptum. Este texto fue terminado el pasado miércoles. Nada ha sucedido desde entonces que lo desdiga.

 

 

Luis Grau Lobo

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