Doce de octubre

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(Publicado en El Mundo de León, el 12 de octubre de 2008)

 

Que una nación se construye a base de mentiras no es ninguna novedad. Y en los días que corren, en los que naciones y nacionalismos se venden de saldo en cualquier tertulia, periódico o partido político, tales tipos de operaciones de marketing (léase promoción comercial) están a la orden del día. Pongamos que hablamos de hoy, 12 de octubre.

Ni el Apóstol Santiago vino jamás a la Península, ni la Virgen del Pilar se le apareció en la mencionada columna o pilar de su nombre, todo ello para alentarle en una evangelización prematura que se le complicaba y que sólo completaría después de muerto, cuando tampoco arribó a las costas gallegas en una sepultura mecida por las olas desde el Mediterráneo oriental. Después ni siquiera fue enterrado en Compostela, aunque Lutero especulase con que tal vez eran los huesos de un perro los que allí reposaban. Pero qué más da, si al calor de la leyenda jacobea millones de peregrinos acudieron, y aún hoy acuden, a perpetuar la memoria de acontecimientos que nunca sucedieron.

Tampoco "descubrimos" América, pues el continente estaba poblado desde hacía milenios, sino que se topó con ella un genovés financiado por Castilla cuando buscaba las Indias, hasta el punto de que murió creyendo que había llegado a éstas y no a un continente desconocido para los europeos (vikingos mediante, claro). En este caso el relato mitificado no es del todo ficticio y cuenta con numerosas ramificaciones, pues la llegada a las tierras que más tarde tomarían el nombre de un cartógrafo italiano de apellido Vespucio, supuso un encontronazo de tal magnitud que aún hoy países enteros construyen su propia idea de nación en contra de unos "conquistadores" españoles que en ocasiones sólo son los antepasados de los antepasados criollos de quien tal cosa afirma. En el caso de los pueblos indígenas, son la demostración de que aquellos fueron apenas un poco menos genocidas que otros europeos, poco después también interesados en el chollo de las américas.

La lista de falsos históricos puede seguir a perpetuidad. Los romanos nos conquistaron, mientras que los musulmanes nos invadieron. A estos últimos, además, les "reconquistamos", tomando, pues, lo que era antes debía ser nuestro (¿!) Y se expulsó a musulmanes y judíos, como si en ambos casos no se tratara de gente nacida o criada aquí, como si no hubiera otra forma de ser español, desde siempre, que ser cristiano.

Pero aquí estamos todos, celebrando ese día como si fuera cierto un pasado que sólo vive en nuestros mitos más castizos y reaccionarios. Así una interminable fila de aragoneses bienintencionados, vestidos de maños de postal, se postrará a los pies de una talla de madera para expresar una devoción traspapelada y folclórica. Se celebra un "Día de la hispanidad" -¿alguien podría definir qué es eso, por favor?-, como quien celebrase el día del emigrante irlandés en la Vª Avenida neoyorquina o el del orgullo homosexual en la Diagonal.

Pero en el fondo, la cuestión es que ya no nos creemos aquellos artificios. Ni las ofrendas florales las hacen creyentes en la capacidad milagrera de la imagen que emperifollan, ni nos consideramos herederos de aquéllos resueltos y desesperados analfabetos que tomaron al asalto un continente a la fuerza. Hay quien sí lo cree, pero también había quien creía en la planitud de la tierra a principios de este siglo (e incluso ahora). Sólo residuales grupos de ciudadanos hacen ya el camino de Santiago pensando en postrarse devotamente ante las reliquias de una cripta bajo la catedral compostelana.

Quizás suceda que la idea de nación romántica se asoció a la construcción política de un Estado y que, una vez rematado éste, perdió tirón, gancho popular, perdió, sobre todo, la necesidad de estar actualizándose continuamente, perdió verosimilitud. Por eso ahora vemos cómo se reinicia ese tipo de construcciones, pero ahora con la idea puesta en nuevas y lustrosas fábricas políticas, sea un nuevo estado, sea una nueva identidad territorial, un nuevo país, en resumen, protagonista de un nuevo cuento de hadas. Por eso nos dedicamos con afán a sacar del polvoriento baúl de la fábula facilona nuestro disfraz de astures, espolvoreamos al viento reyes y traidores, nos inventamos nuevos trazados para los viejos caminos, convocamos a nobles y monjes de ocasión, lanzamos al aire sangres chorreantes y untosas edades arcanas como quien embute mocillas. Por eso, azuzados por cronicones y croniquillas varios que se vocean desde el campanario, queremos creernos por ejemplo que León fue el primer pueblo en alzarse contra los franceses, hubiera o no franceses en León, que sus cortes fueron las primeras de la democracia europea, hubiera o no democracia en la Edad Media, que redimimos una lengua que ya nadie habla... Que somos, en definitiva, mejores que otros, más historiados, más importantes. Más farsantes, al fin.

Pero mientras llega el día en que esos nuevos cuentos chinos se conviertan en una festividad hueca, pero, eso sí, de bienvenida holganza, feliz 12 de octubre. Bueno, en realidad, feliz 13 en este caso, que con el domingo ya contábamos.

Luis Grau Lobo

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