(Publicado en El MUndo de León, el 28 de septiembre de 2008)
Quizás no sea una coincidencia que John McCain haya nombrado a una creacionista confesa candidata a la vicepresidenta de Estados Unidos, la gobernadora de Alaska, Sarah Palin. El creacionismo, penúltima intrusión del dogma religioso en el terreno científico, presume un propósito divino en la existencia de los seres vivos, conjetura una naturaleza teleológica, programada por una inteligencia superior, para explicar el universo. Existen distintas versiones del mismo, de las simplonas y rancias que interpretan la Biblia como un relato literal, olvidando su carácter alegórico, a las que se aferran a la hipótesis de un big bang proyectado desde sus orígenes para desembocar en el ser humano. La presunción de un "diseño inteligente" que llegaría a ser ininteligible para los humanos, según algunas interpretaciones.
Casi al tiempo que
Según esa analogía, la economía de mercado supone un entorno natural no gobernado por agentes superiores, en el que sobreviven los más adaptados, los que consiguen interpretar mejor las condiciones variables de sus eventuales leyes internas. Quienes defienden este sistema reaccionan airados ante cualquier intervencionismo, ante cualquier "diseño inteligente" que pretenda enmendar la plana a las veleidades de un capital que debe fluir a su espontáneo antojo. El Estado no debe estar; debe ser, como dios para los científicos, ni bueno ni malo, sino sencillamente indiferente.
Por eso quizás no sea una coincidencia el ridículo rebrote del creacionismo cuando se solicita una suerte del mismo en el terreno de los dineros. Ante la actual crisis financiera hemos podido comprobar cómo se hacía clamor la demanda de una inteligencia ordenadora desde fuera. Cuando se trata de los mercados financieros, su entorno natural se quiere emancipado si las cosas van bien y controlado a la carta cuando van mal. Bush, los USA, el paradigma del dinero a su bola, han abandonado la ortodoxia neocon para salir al rescate de las especies en peligro, mediante inyecciones de dinero capaces de subvertir el proceso natural de esa "selección económica" desatada. Incluso se está empezando a denominar al fenómeno "socialismo de mercado", subrayando sus afinidades con el "New Deal" de Roosevelt y los postulados de Keynes.
También el presidente de la CEOE, Gerardo Díaz Ferrán, se apuntaba hace unos días a la hipótesis de la necesidad de una mente rectora que corrija los peligros del "entorno natural" de los negocios. Ahora, claro. Ahora se solicita "hacer un paréntesis en la economía de libre mercado" (palabras literales de Díaz Ferrán). Claro que a renglón seguido dice para qué: para proteger a las empresas en riesgo, para "externalizar" servicios de la administración, para privatizarlos... para hacer caja con lo de todos, vaya. Como Aguirre, que la hace con el agua, Díaz Ferrán quiere que dios Estado suspenda los procesos de selección natural en una economía que todos sabíamos (lo avisan desde hace años en muchas instancias, Unión europea incluida) que no estaba adaptada pero que, mientras ciertos bolsillos se llenaban, a nadie preocupaba. Es ecología pura y dura: se abusa de la explotación del medio quemando recursos no renovables y, finalmente, pasa lo que la lógica (esa maldita ley natural) pronosticaba: hay que pagar la factura pendiente. Así que ahora, en vez de la ley de la selva queremos un zoológico.
Pero no se trata sólo de ellos, pues quienes resultarán perjudicados serán los de siempre, los pequeños inversores y, sobre todo, los que ni siquiera pueden soñar con invertir, que van a pagar los platos que no han roto, como siempre. En este grupo de población los individuos que lo componen se verán afectados por una crisis que no han provocado, se verán más dominados aún por un medio que no dominan. Y más, porque para pagar las facturas de quienes han gestionado mal lo privado pretenden liquidar o privatizar, que tanto monta, el Estado, lo público, aquello que nos amparó en tiempos de bonanza, y algo que, ahora que los tiempos son duros, hace más falta que nunca. Como animales, oye. O peor.
Precisamente cuando ese proceso de selección natural estaba amenazando con acabar con una especie dañina, durante mucho tiempo favorecida por las circunstancias: la de los especuladores, los que se forraron con los tiempos de bonanza sin prevenir los cambios anunciados en el entorno. Aún así, se necesita esa intervención inteligente, pero destinada a que quienes no tengan recursos no se vean peor parados. No para los especuladores. Estos que se extingan. Quizás así el entorno sea más seguro después. Incluso sin paréntesis.
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