(Publicado en El Mundo de León, el 21 de diciembre de 2008)
Crisis, ¿qué crisis?, decía Supertramp en 1975... ¿cuál de todas ellas?. Aunque la palabra crisis no es negativa en sí, pues supone simplemente la existencia de un cambio, de un proceso de metamorfosis en una realidad sujeta a evolución, su carga de incertidumbre, sus agentes activos y pasivos y, sobre todo, sus consecuencias de reajuste requieren que alguien pague los platos rotos aunque en la mayoría de las ocasiones no sean aquellos que los rompieron. Todos los cambios provocan cierta inestabilidad y un punto de temor, pero no necesariamente se trata de un proceso negativo.
El mundo está en crisis. Según algunos debido a la desconfianza, según otros a la falta de solvencia, según algunos al miedo. Y en efecto, diríase que no tenemos confianza en el futuro, ni solvencia para arreglarlo, ni valor para afrontar las consecuencias. Pero ¿de dónde mana toda esta zozobra? Nueva no es, pues la inminencia y hasta los resortes concretos de la actual crisis global venían anunciándose en plena época de vacas gordas, así que quien diga que no lo previó miente o ignora. Otra cosa es que no se hiciera nada para paliar sus daños, pues entonces, que todo iba tan rodado, ¿quien aguaba la fiesta?.
Desde un cierto punto de vista, la crisis supone un conflicto entre valor y precio, entre lo que valen las cosas y lo que pagamos por ellas, lo que decimos que valen. Así las viviendas (buque insignia de la coyuntura de la crisis, especialmente en España), que costaban mucho más de lo que valían y eran estimadas (para venderlas y para hipotecarlas) por mucho más de su valor real. Todos nos creíamos más ricos de lo que éramos en este conflicto entre realidad y ficción. Pero es que, además, sigue habiendo muchas viviendas vacías, y ahora sin vender, mientras sigue habiendo mucha gente sin vivienda: ¿dónde está la autorregulación del mercado, el reputado equilibrio entre oferta y demanda? Con las acciones pasó otro tanto: en un año han bajado globalmente más de un cuarenta por ciento en España, pero quizás sea éste su precio real, después de haber hecho caja con los ahorros de los pequeños inversores que no habían amortizado su dinero en comprar una vivienda para especular. O con los coches, que se han fabricado y vendido a precios exorbitados y en cifras récord durante años sin que nadie hiciera caso a lo que todos sabían: que se trata de un modelo de producción agotado.
Pero imaginémonos ahora que la crisis ha concluido, que estamos ya entrando en 2010, según las previsiones de final del ciclo que ha hecho el presidente del FMI Strauss-Khan, aunque la credibilidad en estos gurús de la economía deje ahora bastante que desear. Imaginemos que las casas que se construyen lo hacen a un ritmo y a un precio conforme con las necesidades sociales, que se fabrican coches y otros bienes de mercado de forma acorde con la demanda de los individuos, y de
Porque así sucede con aquello que compone la auténtica crisis global, y no las casas, la bolsa, o la industria del automóvil. Es una crisis del planeta, de la casa de todos, y a todos los niveles, empezando por su equilibrio climático, la forma en que se autorregula el frágil hábitat que permite la vida humana y que venimos quebrando irremisiblemente; y una crisis de sus recursos, de la bolsa de todos, a punto de agotarse en varios sentidos, desde energéticos a alimenticios; una crisis de la inmensa mayoría de su población, empobrecida y azotada por las hambrunas, las epidemias y las guerras. Todo esto sí tiene inmenso valor, pero no precio. Frente a tanto aprieto, otra gran crisis, la de las ideas, la absoluta falta de iniciativas y actores que ingenien o vislumbren una salida a tanto atropello y tanta barbarie que no es más que un gigantesco negocio a gran escala en el que los mismos embaucadores inciden sobre un escenario mucho más gigantesco y, por ello, mucho más inabarcable, menos asequible a soluciones coyunturales o cíclicas.
Miramos hacia otro lado, ensayamos sustituir la indigna realidad por una virtualidad acicalada, pero también sabemos hacia dónde conduce esa "burbuja", que fue la primera en estallar en las narices de los "brokers", cuyo nombre inglés es bien explícito de a qué se dedican.
Y hay una crisis de enorme desfase entre la verdad y sus consecuencias, pues ¿quién no le habría lanzado su zapato (un zapato virtual, por supuesto, educación ante todo) a Bush de haber tenido ocasión? Pero ya saben, la diferencia entre dónde está cada cual y dónde debería estar.
Valor y precio. Su desequilibrio también vicia
Que tengan un feliz año crítico en cualquier caso.
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