(Publicado en El Mundo de León, el 3 de enero de 2010)
No sabemos si lo peor de la coyuntura de crisis ha pasado, pero sí podemos estar seguros de que volverá o, al menos, de que no se ha evitado que pueda regresar con más ímpetu, con definitiva saña. Pues nada se ha hecho, salvo poner los muebles a recaudo y esperar a que escampe. Apenas se ha intervenido para cambiar un modelo productivo y de comportamiento que nos ha llevado y que nos conduce inexorablemente a estirar la cuerda mucho más de lo que da de sí.
Dicen que el desencadenante de la crisis fue la desconfianza del sistema financiero, la falta de crédito, de credibilidad en suma. Pero sucede que esa falta de fiabilidad no sólo afecta a los bancos, que nunca la tuvieron entre el respetable, aunque la simularan entre sí para perpetuar el juego. Porque son tan pocas las cosas que están exentas de esta dramática deflación del crédito... Uno no puede dar crédito, por ejemplo, a los dirigentes de una organización que tienen prohibido mantener relaciones sexuales y tener hijos cuando pontifican sobre qué tipo de familia les convence más o sentencian sobre asuntos como el aborto o los métodos anticonceptivos. No puede uno creer al dirigente de una patronal cuando su empresa quiebra y deja en la estacada a miles de ciudadanos con un billete comprado para volar a su casa por Navidad. De hecho ni siquiera puede creer que sea empresario, cuando afirma impávido que no usaría su propia empresa para volar. Tampoco tiene visos de ser creíble que un partido político apruebe un código contra las corrupciones de los cargos públicos y mantenga en sus filas, y en sus cargos, a gente que las ha cometido o son sospechosos de ello. Apurando, tampoco es muy plausible que el presidente del país más poderoso del mundo defienda la paz a base de aumentar el número de soldados en un país ocupado y que, en el discurso de su Nobel de la Paz recurra a aquello tan viejo y falaz de si vis pacem, para bellum.
Ahora en casa, no tiene credibilidad que un ayuntamiento que se dice de izquierdas privatice el agua de todos. Ni que la deuda de una administración local maniate tanto la acción de su gobierno cuando, por otro lado, se traen entre manos proyectos multimillonarios como un tranvía o un palacio de congresos que a nadie parecen solucionar nada, y menos la deuda pendiente que sí continúa lastrando a muchos ciudadanos, comerciantes e industriales de esta ciudad. Tampoco podemos tener mucha convicción acerca de que una autonomía de León solo vaya a ir mejor que la actual de León acompañado, si va a estar gobernada por los mismos políticos que defienden esta alternativa, incapaces de gobernarse a sí mismos. Como también es difícil dar pábulo a que este año León vaya a ocupar todas las agendas culturales con la celebración de un pomposo centenario, pues el año acaba de comenzar y aún ni se sabe cómo pretende hacerlo.
Y cómo creerse a los medios de comunicación, a la línea editorial de los grupos mediáticos, si se fusionan televisiones como Cuatro y Telecinco o la Sexta y Antena tres. En fin, no puede uno creerse que los líderes del mundo estén a la altura de las circunstancias y de las necesidades y expectativas de los habitantes de sus países después de lo que se ha visto en Copenhague. Uno empieza, peligrosamente, a considerar que Hugo Chávez al menos esta vez tenía razón cuando dijo que "si el clima fuera un banco, ya lo habrían salvado".
Uno no se traga, por supuesto, la Navidad, que ya ni siquiera se creen en el Corte Inglés, pero es que el año nuevo se antoja ya astroso por haberse convertido en una especie de compás de espera hasta que lleguen todas esas buenas cosas que nos prometen para el 2011. El futuro ya no es lo que era.
Sí que es verdad que aún podemos creernos algunas cosas. Podemos creernos que Aminetu Haidar cree en un país distinto al que ahora tiene, porque ha empeñado su vida en ello. Y, en otro orden de cosas, hasta podemos creer (un poquito) en el fútbol, gracias a Guardiola. Pero sólo tienen crédito las acciones, las palabras son juguetes del viento. Sigamos jugando. Feliz año.
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