Orientación oeste

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(Publicado en El Mundo de León, el 31 de enero de 2010)

 

Lo decía Nooteboom el martes pasado, aunque parece que tienen que venir de fuera y reconocidos para que les demos cancha (lo de hacerles caso ya es otro cantar). Explicaba que eso de la denominación de origen de la democracia y las cortes y tal ya se lo atribuye mucha gente y desde hace mucho tiempo, aunque estos días se insista machaconamente con lo de aquí, lo del León de 1188. Los griegos antiguos, por ir a lo fácil, eran hasta hace poco los candidatos más asiduos en los libros de texto infantiles, aunque ahora con la logse ya no estoy seguro. Y, de aquella, estaba también claro como el agua clara que las asambleas modernas habían sido cosa de las revoluciones de hace un par de siglos, y poco (o nada) tenían que ver con la Edad Media, pero no querría insistir, no sea que luego venga algún experto y nos diga que Jeu de paume se dice trinquete en lleunés.

Pero también hablaba el escritor holandés sobre el Camino de Santiago, al que se ha "desviado" fértilmente en no pocos textos suyos. Y nos previene acerca de su triunfo, de la preocupante apoteosis de su notoriedad, de los peligros de  la moda, que, como implica su nombre, es transitoria, antojadiza y suele condenar al ostracismo lo que un tiempo alzó a los altares. El Camino, parece prevenirnos el escritor, está en riesgo de congestión, de hartazgo, de sustitución a base de sucedáneos y prótesis.

No es la primera vez que esto pasa. Después de la etapa dorada bajo la sombra de la promoción encabezada por el arzobispo compostelano, Diego Gelmírez, las críticas al Camino de Santiago comenzaron cuestionando su autenticidad y su trascendencia. Primero los movimientos piadosos del monasticismo urbano (franciscanos o dominicos) y más adelante y con mayor agudeza los humanistas y los reformistas, vieron en el culto a las reliquias una superchería caduca, y en la peregrinación un subterfugio para las indulgencias burocráticas o la picaresca. La edad de la razón acabo dando la puntilla a la querella y el Camino pasó a ser una excentricidad digna de la óptica romántica con que Europa mira a nuestro país desde hace dos centurias.

Y ahora, recuperado el esplendor jacobita al amparo de la propaganda "neogelmiriana" de las comunidades autónomas por donde pasa (en especial Galicia, que casi nos induce a llamarlo "xacobeo"), el Camino puede, de nuevo, morir de éxito, enredado en la parafernalia de su propia popularidad, en el envoltorio inútil de tanto acto, celebración, folleto, ruta alternativa y actividad cultural periférica, que lo asedian hasta asfixiarlo.

Y más este año, que se dispone frenético a celebrar el jubilar de ciclo largo, que hasta dentro de once años no hay otro (¿otro qué?). Aún recuerdo otros lemas publicitarios anteriores: que si el último de un milenio, que si el primero del otro... El Camino esta saturado. Su propia materialidad está en juego, pues se disputan el "verdadero" trazado tantos municipios como posibilidades hay de llegar a Santiago. Hasta en la carretera de León a Valladolid, altura de Mayorga de Campos, hay señales homologadas del paso del Camino. Pero ¿no habíamos quedado en que la ruta francesa, la que aquilató Picaud en el codex calixtinus hace ochocientos años, era la buena? Porque si admitimos que en realidad se va a Santiago por donde se quiere y que hay tantas rutas como caminantes (cosa cierta, por supuesto), también hay que admitir que, siendo así, sólo Santiago es lo importante, no el camino. Y esos itinerarios se pueblan de señales, lemas, hitos y panelitos que abruman con información confusa, superflua o redundante. Y los albergues y las carreteras y trochas estarán abarrotadas, para satisfacción de las administraciones, que se llenan la boca con las cifras de millones de visitas sin importarles en qué condiciones van a tener lugar éstas, y de la nueva picaresca de la ruta, floreciente de nuevo.

De manera que, al fin, la peregrinación se ha convertido en una romería. Y decepciona o aturde a propios y extraños. Quizás sucede que hace tanto tiempo que perdimos el norte, que ahora nos están arrebatando el oeste.

 

Luis Grau Lobo

 

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