(Publicado en El Mundo de León, el 10 de agosto de 2008)
En la mayoría de las ocasiones los actos fallidos dicen más sobre nuestra verdadera personalidad que los conscientes, como bien estudia la moderna psicología (Freud dixit). Pero sucede que muchos actos premeditados también tienen su reverso imprevisto, fallido, y acaban por revelar buena parte de ese yo auténtico, una parte que desearíamos no hubiera sido vista, no se hubiera manifestado. Pero lo hace. Y de qué manera.
Los asesores de imagen del primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, han procedido a velar un pecho de la imagen femenina que representa a la Verdad en la reproducción del cuadro "La Verdad revelada por el Tiempo" que preside las ruedas de prensa de il Cavaliere. Para no herir sensibilidades, dicen. El original de este lienzo de gran tamaño, concebido hacia 1745 originalmente para decoración de un techo palaciego, se guarda en el Museo Civico de Vicenza y es obra de Giambattista Tiépolo, artista bien conocido en España, donde falleció en 1770. Quienes han determinado que la vista de un delicado seno femenino en una pintura rococó puede ofender al teleespectador, perpetúan una tradición muy nutrida, la de la censura, por motivos pacatos, de un motivo de desnudo en una obra de arte que no trata un tema sexual expreso. La nómina de tales reparos recorre un amplio repertorio, con casos ilustres como el de la florentina capilla Brancacci, obra de Masaccio, donde los genitales de Adán y Eva fueron cubiertos por unos ramajes en el siglo XVII; y desemboca en ejemplos mediáticos recientes, como el "descuido" de Janet Jackson y Justin Timberlake, preparado acto fallido, pleno de intención propagandística y mercantil, que retrató a una sociedad y a una época y justificó nada menos que las retransmisiones en directo controlado. Sin embargo, quizá el caso más nombrado siga siendo el de Danielle da Volterra, excelente pintor, que fue impelido por los Papas a endosar taparrabos a las figuras pintadas por Miguel Ángel en
Que sea precisamente un gobierno como el de Berlusconi el que añada otro caso a esta colección, teniendo en cuenta los escarceos lascivos y donjuanescos del personaje, convenientemente filtrados para solaz del público italiano más rancio, y sus comentarios sobre las mujeres de los gabinetes ministeriales propios y ajenos, no deja de ser una demostración más, por si hiciera falta, de la hipocresía que rodea a este tipo de individuos que predican una cosa y hacen la contraria.
Pero el caso tiene mayor enjundia aún. Si el pecho ocultado a la vista fuera el de cualquier otra mujer en cualquier otro cuadro la cosa podría quedarse en un caso más de mojigatería fingida, de remilgos de puertas afuera, pero se trata del pecho de
Sucede, pese a ello, que las viejas alegorías de la iconografía barroca, los viejos mitos simbólicos tan del gusto de la aristocracia europea, ya desgastados por un uso abusivo en época de Tiépolo, resurgen con toda la fuerza de una revelación y se despojan de la idea de mero ejercicio intelectual que de ellos tenemos hoy día. Gracias a esta torpe intervención de un asesor de imagen, que equivale a una performance inconsciente, la obra de arte recupera su poder de subversión, aunque se trate de una subversión cortés, y recompone su lectura histórica en el mundo contemporáneo, para mostrarnos, con la fuerza acusadora de un delicado lienzo en tonos pastel, el signo podrido del poder, la miseria de nuestro tiempo y de todos, la indigna complacencia con el que manda cuando lo hace bajo la sospecha de fraude.
El prototípico lienzo actualiza el mito, un lugar común del arte occidental de hace un puñado de siglos y pone frente al espejo a la sociedad italiana, a la europea, a todos nosotros al fin. Y nos muestra una lección sencilla sobre quiénes están interesados en que la Verdad no resplandezca con sus pechos a plena luz.
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