(Publicado en El Mundo de León, el 3 de agosto de 2009)
Ya saben ustedes, pues es casi imposible no saberlo, que hace cuarenta años redondos el ser humano alcanzó el primer destino espacial,
Otros debates son menos trascendentes. Por ejemplo, todavía hay quien no se cree los viajes a la Luna, aunque esto tiene menos importancia porque: ¿qué diferencia hay entre creérselo o no? Tal decisión sólo afecta al ámbito privado, a lo público lo hará cuando traiga consecuencias decisivas, como sucediera con la llegada de los europeos a América hace cinco siglos. Unas consecuencias, en el caso de nuestro satélite, que han sido aplazadas estas últimas cuatro décadas a causa de la nula rentabilidad de lo que en su día fue un reto político y propagandístico propio de la guerra fría. Si Colón llegó a América es porque buscaba una ruta a las Indias. Si se volvió a ese continente fue porque era un buen negocio. Así se escribe la historia casi siempre, y no con los grandes y pomposos titulares sobre las "conquistas" de la especie humana.
Además, esos titulares, que alimentan hemerotecas y libros de historia de vocación panegírica, recuerdan sobre todo a Colón, o a Armstrong, como si hubieran ido solos, como si las hazañas debieran tener siempre nombres y apellidos, un rostro, una personalidad (por figurada que ésta sea, al fin y al cabo). Pero hay mucha gente que trabaja duro y bien para alcanzar cualquier logro y no aparece en las letras de imprenta. Incluso hay personajes a los que los acontecimientos les reservan un papel que nadie querría. Es el caso de Michael Collins, el único de los tres tripulantes del Apollo 11 que no descendió a la superficie lunar. Nadie puede, salvo el propio Collins, saber qué pasó por su cabeza en aquellos momentos en los que llegó incluso a reclamar a micrófono abierto un poco de atención a su inmensa soledad orbital. Pero la misión no hubiera sido posible sin su "sacrificio" y el de todos los miles de implicados en esta "hazaña", y en todas las que les precedieron; de la misma manera que todas las empresas, grandes o pequeñas, no llegarían a puerto sin el trabajo eficaz y silencioso de los muchos collins que en el mundo hacen bien su trabajo y no reclaman la atención de los focos, ni las falsas medallas del reconocimiento público, hueco artificio las más de las veces.
Gente gracias a la cual un país funciona cada mañana. Son ellos los que sostienen la pomposa fatuidad de muchos nombres propios y su palabrería barata, quienes han pechado o tendrán que pechar con las ocurrencias y disparates de los que mandan y figuran, quienes, a la sombra modesta de una vida como cualquier otra, luchan por sacar adelante a los suyos y, de vez en vez, deben morderse la lengua para no dejar al descubierto a otros, para no acabar con la aureola absurda de ciertos "elegidos". Pero sucede que, en realidad, esa gente común son los héroes de cada día, los auténticos actores de la historia, de la mejora de las condiciones de vida, del cumplimiento de tantos sueños y también del padecimiento de tantas pesadillas. Ya lo dijo Bertolt Brecht (Preguntas de un obrero ante un libro, 1934): "Tebas, la de las Siete Puertas, ¿quién la construyó?/ En los libros figuran los nombres de los reyes./ ¿Arrastraron los reyes los grandes bloques de piedra?...../ El joven Alejandro conquistó la India./ ¿Él solo?/ César venció a los galos. / ¿No llevaba consigo ni siquiera un cocinero?/ Felipe II lloró al hundirse/ su flota. ¿No lloró nadie más?...."
Cuando nuestro tiempo parece entregado a famas y notoriedades de campanario, a la admiración majadera de personajillos y personajes en todos los ámbitos de la vida pública, incluido el propio relato de la historia, quizás sea preciso recordar que el mundo se construye gracias a los collins, aunque la gloria, ese capricho, sea para los armstrong.
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