(Publicado en El Mundo de León, el 2 de mayo de 2009)
Días atrás la prensa ha dado cuenta de una noticia no demasiado prioritaria, en estos tiempos de crisis víricas y de las otras, pero, sin duda, reveladora en el mundillo cultural y, tal vez, más allá. Una editora y librería londinense, Blackwell (hago propaganda gustoso de este tipo de comercios), ofrece libros a la carta, que el cliente puede imprimirse en unos minutos tras seleccionarlos de una base de datos descomunal, de cerca de medio millón de títulos, y escoger su formato editorial. La EBM en sus siglas inglesas (Expresso Book Machine) es una impresora láser de gran capacidad que podría evitar con su desarrollo muchos de los males que aquejan a la desmedida y desfalleciente industria editorial y, por extensión, a las sufridas librerías, siguiendo un patrón de comportamiento que ya está en la música, lo audiovisual y otras industrias culturales. En un futuro cercano, quizás no tengamos que asistir a la vanagloria de las "decenas de miles de ejemplares editados" y los números de ediciones desbordantes, entre otras verborreas mercantiles tan poco propias, sino a una edición ajustada a los lectores, en la que no existirán libros agotados o ilocalizables y en la que tampoco se pierda por ello ni el gusto por la edición, pues se podrá ofrecer al lector una serie ilimitada de opciones de diseño e impresión, ni la existencia de los auténticos libreros (especie en extinción frente a los vendedores-de-libros), alter ego y compañero inseparable de muchos y auténticos lectores y libros.
Pero este tipo de estrategia también está calando en las empresas, muchas de las cuales se han lanzado (eso sí, con el consiguiente descenso de su producción y despidos de personal) a la manufactura bajo pedido. Pese a los efectos perversos que ahora mismo tiene, como todo reajuste, tal vez sea ese el final de un procedimiento muy propio del capitalismo industrializado, el de la creación de un excedente masivo presto a
Desde el neolítico, la aparición de la figura del excedente, en las primeras civilizaciones agropecuarias, conllevó decisivas modificaciones en los hábitos sociales e históricos, una auténtica "revolución", como se denomina a partir de la obra de Gordon Childe en los años treinta. Nuevos oficios y especializaciones, ámbitos más complejos y estructurados para la vida colectiva, las ciudades, y todo un universo de creencias asociadas a tales cambios nacieron de la posibilidad de gestionar la subsistencia a largo plazo. La mercantilización y el capitalismo industrial hicieron del excedente, diversificado y globalizado, el ámbito dilecto de la especulación, hasta el punto de ignorar las propias posibilidades de producción y las necesidades de consumo en beneficio de su mera voracidad crematística. Por ello tal vez el postcapitalismo, la postindustrialización o como quiera que se llame lo que venga después de esto, podría comportarse con mayor racionalidad y ajuste, y reordenar la existencia de tal excedente mediante la administración y progresiva reducción del mismo, procurando así la eliminación de costes superfluos y de muchas desigualdades inherentes al sistema. Un sistema, no lo olvidemos, que arroja al cubo de la basura gran parte de lo que produce en un mundo donde la mayoría de la población no puede acceder siquiera a ese cubo.
Acostumbrados en Occidente a tener de todo y en todo momento, tal y como en
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